¿Cuál guerra antidrogas?
Entre 1971, cuando Richard Nixon lanzó la guerra contra las drogas, y el 2008, último año para el cual están disponibles cifras oficiales, efectivos del orden público de Estados Unidos hicieron más de 40 millones de arrestos relacionados con narcóticos.
Ese número es aproximadamente igual a la población de California, o de las 33 mayores ciudades del país.
Cuarenta millones de arrestos hablan de la magnitud de la guerra más prolongada de Estados Unidos, cuyos objetivos declarados fueron estrangular la producción nacional e internacional de droga, reducir el suministro en las fronteras y evitar el consumo.
El maratónico esfuerzo revitalizó la industria carcelaria, pero fracasó tan claramente en el cumplimiento de sus objetivos que hay una creciente campaña a favor de la legalización de las drogas ilícitas.
En Estados Unidos eso genera una extraña mezcla de apoyos. Libertarios del movimiento Tea Party, por ejemplo, con una organización llamada Aplicación de la Ley contra la Prohibición (LEAP), formada por ex oficiales de policía, agentes antinarcóticos, jueces y fiscales que están a favor de legalizar todas las drogas, no sólo la marihuana, que es la droga ilegal más usada del mundo.
En México, el presidente Felipe Calderón propuso un debate sobre la legalización, en un reconocimiento implícito de que la guerra que lanzó contra los cárteles de la droga en su país en el 2006 no puede librarse sólo con la fuerza. (La cifra de muertos acaba de ascender a 28.000 personas y sigue subiendo).
El antecesor de Calderón, Vicente Fox, expresó una opinión similar al declarar que dado que las estrategias de prohibición han fracasado, México debería considerar legalizar "la producción, venta y distribución de droga".
Es difícil que ésto pueda funcionar sin medidas paralelas en Estados Unidos, el principal mercado para la droga mexicana, y es igual de complejo imaginarse al Congreso o a las legislaturas estatales firmando leyes sobre la venta regulada de cocaína, heroína o metanfetamina.
Pero hay un creciente consenso de que la marihuana debe ser tratada de forma diferente. El apoyo a políticas menos rígidas ha atravesado todo el espectro ideológico y ha llegado desde los sectores más inesperados.
Sarah Palin, la favorita de la derecha estadounidense, recientemente entró en el debate de la marihuana al describir su uso como un "problema mínimo" que no debería ser una prioridad para las agencias del orden público.
Esa es una visión ampliamente compartida. El año pasado, un prominente panel encabezado por tres ex presidentes latinoamericanos (Ernesto Zedillo, de México; Cesar Gaviria, de Colombia, y Fernando Henrique Cardoso, de Brasil) publicó un reporte en el que declaró que la guerra antidroga era un fracaso e instó a los gobiernos a "despenalizar" la posesión de marihuana para uso personal.
¿El comienzo del fin?
"Considerando todo esto, existen razones para creer que estamos en el comienzo del fin de la guerra contra las drogas tal como la conocemos", dijo Aaron Houston, que desde hace tiempo presiona en Washington para reformar la política contra la marihuana.
¿Improbable? Quizás. Pero ¿cuántas personas hubieran pronosticado, a comienzos de la década de 1920, en el punto más álgido de la lucha del Gobierno contra los gustos de Al Capone, que la prohibición del alcohol terminaría en unos años? La ley rigió entre 1920 y 1933 y ahora es considerada un fallido experimento de ingeniería social.
Las prohibiciones del alcohol y la marihuana tienen mucho en común: ambas en efecto entregaron la producción, venta y distribución de un activo de alta demanda a organizaciones criminales, ambas llenaron las prisiones (la población carcelaria de Estados Unidos hoy es la más alta del mundo), ambas desviaron los recursos de las agencias federales del orden público y ambas provocaron la creación de millones de leyes paralelas para burlar la medida.
De acuerdo a estimaciones del Gobierno, hasta 100 millones de estadounidenses han probado la marihuana al menos una vez y la lista de prominentes ciudadanos que admitieron haberla fumado en algún momento es impresionante.
Esta incluye al presidente Barack Obama; a su predecesor George W. Bush; al juez de la Corte Suprema Clarence Thomas; al gobernador de California, Arnold Schwarzenegger; al alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg; al senador John Kerry; al ex presidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich; y al ex vicepresidente Al Gore. Tampoco hay que olvidarse de Bill "no inhalé" Clinton.
El argumento para legalizar la marihuana es sencillo: se cree que representa alrededor del 60 por ciento de las ganancias de los cárteles internacionales de droga, estimadas en hasta 60.000 millones de dólares anuales. Tomando casi dos tercios de ese negocio, su poder para corromper y confrontar al Estado, como hacen en México, caería profundamente.
Cuán cerca (o lejos) se encuentra Estados Unidos de eliminar la prohibición a la marihuana quedará claro el 2 de noviembre, cuando los votantes en California decidan acerca de una iniciativa conocida como Proposición 19. Su título oficial, la Ley de Regulación, Control e Impuesto al Cannabis del 2010, refleja la visión que han querido imponer los defensores de la reforma: que la marihuana debe ser tratada como el alcohol y el tabaco.
La ley permitiría a los californianos mayores de 21 años poseer, cultivar o transportar hasta 300 gramos de marihuana para uso personal. Esta medida es diferente al uso de marihuana con fines médicos, que ya es legal en California y otros 13 estados, al igual que el Distrito de Columbia.
Sondeos de opinión pública sobre la propuesta hasta ahora no arrojaron un panorama claro. Un voto afirmativo probablemente acelere los cambios en otras regiones; California no es sólo el estado más poblado de Estados Unidos, sino que tiene una larga reputación de imponer tendencias.
Este excelente artículo lo publico con la autorización expresa del colega Bernd Debusmann, periodista de Reuters, corresponsal de guerra y especialista en temas del conflicto armado. El título original es "¿El comienzo del final de la guerra antidroga?"
Ese número es aproximadamente igual a la población de California, o de las 33 mayores ciudades del país.
Cuarenta millones de arrestos hablan de la magnitud de la guerra más prolongada de Estados Unidos, cuyos objetivos declarados fueron estrangular la producción nacional e internacional de droga, reducir el suministro en las fronteras y evitar el consumo.
El maratónico esfuerzo revitalizó la industria carcelaria, pero fracasó tan claramente en el cumplimiento de sus objetivos que hay una creciente campaña a favor de la legalización de las drogas ilícitas.
En Estados Unidos eso genera una extraña mezcla de apoyos. Libertarios del movimiento Tea Party, por ejemplo, con una organización llamada Aplicación de la Ley contra la Prohibición (LEAP), formada por ex oficiales de policía, agentes antinarcóticos, jueces y fiscales que están a favor de legalizar todas las drogas, no sólo la marihuana, que es la droga ilegal más usada del mundo.
En México, el presidente Felipe Calderón propuso un debate sobre la legalización, en un reconocimiento implícito de que la guerra que lanzó contra los cárteles de la droga en su país en el 2006 no puede librarse sólo con la fuerza. (La cifra de muertos acaba de ascender a 28.000 personas y sigue subiendo).
El antecesor de Calderón, Vicente Fox, expresó una opinión similar al declarar que dado que las estrategias de prohibición han fracasado, México debería considerar legalizar "la producción, venta y distribución de droga".
Es difícil que ésto pueda funcionar sin medidas paralelas en Estados Unidos, el principal mercado para la droga mexicana, y es igual de complejo imaginarse al Congreso o a las legislaturas estatales firmando leyes sobre la venta regulada de cocaína, heroína o metanfetamina.
Pero hay un creciente consenso de que la marihuana debe ser tratada de forma diferente. El apoyo a políticas menos rígidas ha atravesado todo el espectro ideológico y ha llegado desde los sectores más inesperados.
Sarah Palin, la favorita de la derecha estadounidense, recientemente entró en el debate de la marihuana al describir su uso como un "problema mínimo" que no debería ser una prioridad para las agencias del orden público.
Esa es una visión ampliamente compartida. El año pasado, un prominente panel encabezado por tres ex presidentes latinoamericanos (Ernesto Zedillo, de México; Cesar Gaviria, de Colombia, y Fernando Henrique Cardoso, de Brasil) publicó un reporte en el que declaró que la guerra antidroga era un fracaso e instó a los gobiernos a "despenalizar" la posesión de marihuana para uso personal.
¿El comienzo del fin?
"Considerando todo esto, existen razones para creer que estamos en el comienzo del fin de la guerra contra las drogas tal como la conocemos", dijo Aaron Houston, que desde hace tiempo presiona en Washington para reformar la política contra la marihuana.
¿Improbable? Quizás. Pero ¿cuántas personas hubieran pronosticado, a comienzos de la década de 1920, en el punto más álgido de la lucha del Gobierno contra los gustos de Al Capone, que la prohibición del alcohol terminaría en unos años? La ley rigió entre 1920 y 1933 y ahora es considerada un fallido experimento de ingeniería social.
Las prohibiciones del alcohol y la marihuana tienen mucho en común: ambas en efecto entregaron la producción, venta y distribución de un activo de alta demanda a organizaciones criminales, ambas llenaron las prisiones (la población carcelaria de Estados Unidos hoy es la más alta del mundo), ambas desviaron los recursos de las agencias federales del orden público y ambas provocaron la creación de millones de leyes paralelas para burlar la medida.
De acuerdo a estimaciones del Gobierno, hasta 100 millones de estadounidenses han probado la marihuana al menos una vez y la lista de prominentes ciudadanos que admitieron haberla fumado en algún momento es impresionante.
Esta incluye al presidente Barack Obama; a su predecesor George W. Bush; al juez de la Corte Suprema Clarence Thomas; al gobernador de California, Arnold Schwarzenegger; al alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg; al senador John Kerry; al ex presidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich; y al ex vicepresidente Al Gore. Tampoco hay que olvidarse de Bill "no inhalé" Clinton.
El argumento para legalizar la marihuana es sencillo: se cree que representa alrededor del 60 por ciento de las ganancias de los cárteles internacionales de droga, estimadas en hasta 60.000 millones de dólares anuales. Tomando casi dos tercios de ese negocio, su poder para corromper y confrontar al Estado, como hacen en México, caería profundamente.
Cuán cerca (o lejos) se encuentra Estados Unidos de eliminar la prohibición a la marihuana quedará claro el 2 de noviembre, cuando los votantes en California decidan acerca de una iniciativa conocida como Proposición 19. Su título oficial, la Ley de Regulación, Control e Impuesto al Cannabis del 2010, refleja la visión que han querido imponer los defensores de la reforma: que la marihuana debe ser tratada como el alcohol y el tabaco.
La ley permitiría a los californianos mayores de 21 años poseer, cultivar o transportar hasta 300 gramos de marihuana para uso personal. Esta medida es diferente al uso de marihuana con fines médicos, que ya es legal en California y otros 13 estados, al igual que el Distrito de Columbia.
Sondeos de opinión pública sobre la propuesta hasta ahora no arrojaron un panorama claro. Un voto afirmativo probablemente acelere los cambios en otras regiones; California no es sólo el estado más poblado de Estados Unidos, sino que tiene una larga reputación de imponer tendencias.
Este excelente artículo lo publico con la autorización expresa del colega Bernd Debusmann, periodista de Reuters, corresponsal de guerra y especialista en temas del conflicto armado. El título original es "¿El comienzo del final de la guerra antidroga?"
Foto: Pedro Pardo/AFP
Buen artículo amigo... Quizás plantear la legalización de la venta de drogas haría que los índices de violencia en México cayeran
ResponderEliminarexcelente este artículo, pienso que la falta de cultura y documentación acerca del tema de la legalización, los efectos de la marihuana, positivos y negativos deberían difundirse en todos los medios con mayor presencia y sin prejuicios.
ResponderEliminarEl mismo sistema crea organismos corruptos que solamente se interesan en penalizar a los consumidores que disfrutan del los efectos de la marihuana sin que estos realmente creen un daño a la sociedad, como se ha venido estigmatizando.
Miles de profesionales y creativos en el mundo tienen el hábito de fumar sin que esto haya dejado daños a la sociedad, hay casos de drogas legales que causan mayores perdidas y que nos son tomadas en consideración para efectos de su censura.
Por el contrario se apoyan campañas publicitarias que promueven el uso de fármacos, bebidas energéticas, productos "light", dulces, bebidas gaseosas y pare de contar, en fin productos que sí generan daños a la sociedad, por ejemplo, enfermedades como la diabetes y el cáncer inducido por las sustancias químicas de dichos productos.