Justicia literaria
Foto: AFP
Mario Vargas Llosa rompió la tradición de los escritores mesurados. Con una pluma certera en la crítica, el ahora Nobel de Literatura peruano bien merecía este galardón. Por sobre todas las cosas, el premio es un mensaje a la constancia al fortalecimiento de sus convicciones y críticas por lo que él ha considerado recto e incorrecto.
El mundo de las letras en castellano celebra esa concesión, una especie de "justicia literaria" para este insigne peruano, el primer autor hispanohablante que recibe el prestigioso galardón de la Academia Sueca desde que el mexicano Octavio Paz lo obtuviera en 1990, con lo que se rompió una "mala racha" que vino opacando a los escritores de la región en veinte años.
El anuncio del premio, y precisamente en momentos en que Vargas Llosa sigue alzando el ristre de la palabra contra las intransigencias del libre mercado, la dictadura cubana o los abusos de poder del presidente Hugo Chávez --por mencionar ejemplos-- envalentona a quienes se sienten víctimas de la represión o el olvido, para seguir adelante y no dejarse intimidar; el galardón es para quien ha representado la voz y la mirada de Latinoamérica sobre las realidades del mundo.
En sus más de cincuenta años dedicados a las letras, supo experimentar todas las formas de la escritura. Esa constante renovación es lo que otorga a Mario Vargas Llosa un valor simbólico en el vasto espacio de la literatura pero también la política. En sus libros reencarnaron personajes idílicos de la memoria colectiva de Latinoamérica, así logró interpretar y desnudar la realidad de la historia universal en un lenguaje sencillo y preciso.
Después de haber recibido algunos de los galardones más prestigiosos de las letras, como el Premio Cervantes, el Rómulo Gallegos (por La casa verde), el Premio Príncipe de Asturias de las Letras o el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes, en sus vitrinas sólo faltaba el Nobel. Y muchos apuntaban que los académicos suecos no se lo entregarían por la polémica que genera su credo entusiasta, ortodoxo y militancia liberal. Se equivocaron.
Un Nobel de Literatura por la Academia Sueca hacía falta para la América Latina. La ausencia crítica de Otavio Paz se estaba comenzando a sentir. Gabriel García Márquez apenas logra escucharse y ni musita sobre lo que atormenta al mundo, por lo que Vargas Llosa, ahora más que nunca, está comprometido con la realidad y menos, que menos, puede renunciar a la crítica política.
El escritor nacido en la ciudad andina de Arequipa en una familia de clase media es un liberal sin titubeos. Para muchos la diplomacia intelectual no va con él y no suele ahorrar adjetivos cuando de atacar o elogiar se trata. En 1990 quiso llevar toda esa teoría a la práctica y fue candidato por la derecha a la presidencia de Perú, pero todo terminó con una derrota en las urnas de quien luego sería el político más corrupto de la historia del Perú: Alberto Fujimori. Esa experiencia fue suficiente para arroparse con la decepción, que nunca es mala para madurar.
Autor de una extensa obra literaria, con novelas como La fiesta del Chivo, Pantaleón y las visitadoras o Travesuras de la niña mala, el tres de noviembre llegará a las librerías su nueva novela: "El sueño del celta", una señal de que "Nobel peruano" seguirá deleitando el intelecto de una sociedad menesterosa de cambios y voces críticas con peso universal.
Mario Vargas Llosa rompió la tradición de los escritores mesurados. Con una pluma certera en la crítica, el ahora Nobel de Literatura peruano bien merecía este galardón. Por sobre todas las cosas, el premio es un mensaje a la constancia al fortalecimiento de sus convicciones y críticas por lo que él ha considerado recto e incorrecto.
El mundo de las letras en castellano celebra esa concesión, una especie de "justicia literaria" para este insigne peruano, el primer autor hispanohablante que recibe el prestigioso galardón de la Academia Sueca desde que el mexicano Octavio Paz lo obtuviera en 1990, con lo que se rompió una "mala racha" que vino opacando a los escritores de la región en veinte años.
El anuncio del premio, y precisamente en momentos en que Vargas Llosa sigue alzando el ristre de la palabra contra las intransigencias del libre mercado, la dictadura cubana o los abusos de poder del presidente Hugo Chávez --por mencionar ejemplos-- envalentona a quienes se sienten víctimas de la represión o el olvido, para seguir adelante y no dejarse intimidar; el galardón es para quien ha representado la voz y la mirada de Latinoamérica sobre las realidades del mundo.
En sus más de cincuenta años dedicados a las letras, supo experimentar todas las formas de la escritura. Esa constante renovación es lo que otorga a Mario Vargas Llosa un valor simbólico en el vasto espacio de la literatura pero también la política. En sus libros reencarnaron personajes idílicos de la memoria colectiva de Latinoamérica, así logró interpretar y desnudar la realidad de la historia universal en un lenguaje sencillo y preciso.
Después de haber recibido algunos de los galardones más prestigiosos de las letras, como el Premio Cervantes, el Rómulo Gallegos (por La casa verde), el Premio Príncipe de Asturias de las Letras o el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes, en sus vitrinas sólo faltaba el Nobel. Y muchos apuntaban que los académicos suecos no se lo entregarían por la polémica que genera su credo entusiasta, ortodoxo y militancia liberal. Se equivocaron.
Un Nobel de Literatura por la Academia Sueca hacía falta para la América Latina. La ausencia crítica de Otavio Paz se estaba comenzando a sentir. Gabriel García Márquez apenas logra escucharse y ni musita sobre lo que atormenta al mundo, por lo que Vargas Llosa, ahora más que nunca, está comprometido con la realidad y menos, que menos, puede renunciar a la crítica política.
El escritor nacido en la ciudad andina de Arequipa en una familia de clase media es un liberal sin titubeos. Para muchos la diplomacia intelectual no va con él y no suele ahorrar adjetivos cuando de atacar o elogiar se trata. En 1990 quiso llevar toda esa teoría a la práctica y fue candidato por la derecha a la presidencia de Perú, pero todo terminó con una derrota en las urnas de quien luego sería el político más corrupto de la historia del Perú: Alberto Fujimori. Esa experiencia fue suficiente para arroparse con la decepción, que nunca es mala para madurar.
Autor de una extensa obra literaria, con novelas como La fiesta del Chivo, Pantaleón y las visitadoras o Travesuras de la niña mala, el tres de noviembre llegará a las librerías su nueva novela: "El sueño del celta", una señal de que "Nobel peruano" seguirá deleitando el intelecto de una sociedad menesterosa de cambios y voces críticas con peso universal.
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