¿Una isla Utoeya en Venezuela?
Algunas de las víctimas de la isla de Utoeya (AP) |
Los más profundos valores de la sociedad noruega fueron heridos por la obra de un fundamentalista iraccional. A sus 32 años de edad, Anders Behring Breivik, percibía la democracia, la tolerancia y el multiculturalismo, como la antítesis y maldición del progreso humano.
Impregnado de una locura exacerbada Breivik quiso imponer su propia justicia para golpear un modelo de país y hacerlo cambiar matando a 76 personas inocentes en los atentados de Oslo. La respuesta del Gobierno y sus gentes para castigarlo --no menos que brillante y genuina--, ha sido darle al país “más democracia y más tolerancia”, y ello debe convertirse en un ejemplo para nuestras naciones, que se han vuelto tan irreflexivas con la violencia.
De Noruega siempre se ha oído por estos lados del mundo que es un país aburrido; que casi nunca hay sol; que el verano dura poco; no se dan muchas frutas; que casi todas son personas pálidas tan altas como los semáforos, y el colmo para muchos: que no tienen playas.
Algunos justifican estas variables como las causantes de tantos progresos sociales y económicos en un país tan pequeño pero con los mayores estándares de desarrollo humano, una realidad, curiosamente, que también contrasta con los casos más sorprendentes de pederastia, matanzas colectivas, odio interracial, sectas religiosas y todo el corolario que esto puede generar.
Soy de los que opina que esto existe con demasía en Escandinavia y sus vecinos por el excesivo grado de libertad y respeto, un respeto plural a todas las partes y entre todas las partes producto de educación, ensayos y errores.
En América Latina, por un puritanismo pagano que no termino de comprender, quizá no ocurran cosas de este estilo, pero tenemos los índices de criminalidad más altos del mundo; los niveles de corrupción disparados y un profundo y enfermizo culto a los políticos, a pesar de que se critique a los europeos por regalarle flores a sus soberanos en actos públicos.
Noruega ha entrado en una fase de introspección interesantísima gracias a un hombre que alteró el establishment social y moral. Se ha ordenado crear comisiones no solo para saber qué ocurrió desde el punto de vista de la seguridad, sino para conocer qué está pasando en el corazón de la sociedad noruega, cuáles han sido los errores y por dónde hay que comenzarlos a enmendar. Eso es lo que hace grande a estas naciones.
En Venezuela hasta 2010 hubo cerca de 17.000 muertes violentas en las calles del país. El aumento dramático de las cifras de robos o secuestros inundan nuestra prensa, y los fogonazos en silencio de los televisores a la media noche transmitiendo los partes de guerra de la morgue, ayudan a muchos a conciliar el sueño a duras penas, porque una cifra más o una menos, no hace diferencia.
¿Qué hace falta para que la sociedad venezolana se conciencie de la desmoralización en la que estamos cayendo con tanta violencia? ¿Cuántos Anders Behring Breivik se necesitan para que demostremos que la inseguridad nos está matando más que los terroristas que lo pueden estar haciendo en Afganistán, Pakistán, India o Irak?
En los países desarrollados la violencia contra una persona constituye un caso de estudio, de conmoción y debate nacional, y es porque la vida, el respeto y la tolerancia tienen un peso indiscutible. Una persona vale tanto como cien mil o cincuenta mil e incluso como un perro o un loro.
Cuando Breivik masacró a tantos niños en la isla de Utoeya lo que quiso decir es que odiaba la inocencia, el futuro y las convicciones de su país. ¿Cuántas islas Utoeya requiere Venezuela para que los ciudadanos y políticos se reúnan para tomar medidas contra el desamparo en el que quedan miles de jóvenes cuando sus padres son asesinados, o peor aún, cuando ellos mueren por la inseguridad? ¿Cuántas carpas se colores hay que tener para crear un camping de paz donde nos repitamos unos a otros que la vida es un valor muy preciado y hay que cuidarlo? Yo tengo una carpa en casa, podríamos comenzar este domingo en El Ávila.
La sociedad venezolana sabe que el mayor peligroso que la consume es la inseguridad y la violencia desnuda en cualquier rincón; esa que no medita como la muerte, entre ricos y pobres, pero no existe la unidad para demandar el fin de ese oprobio. Eso es lo que nos hace verdaderamente sociedades subdesarrolladas, pues algunas están llegando al cuarto mundo.
El progreso de una nación no se mide por la profundidad de sus pozos petroleros; el número de lingotes de oro en sus bóvedas, el tamaño de sus reservas de alimentos, ni incluso en el número de universidades o población, sino en la capacidad en la que cada uno de estos recursos son administrados por sus ciudadanos con orden, con respeto a la esencia de la vida humana. Ese es el mayor tesoro y se está perdiendo. Seamos noruegos por lo menos comenzando a valoran la vida y exigir respeto por ella.
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