Gracias señora mamá de Rubén Limardo
Ruben Limardo Gascon (AFP) |
No recuerdo el nombre de la madre de Rubén Limardo Gascon, nuestro esgrimista venezolano consagrado a la gloria del olimpismo. No frenará la inspiración para buscarlo ahora mismo. Tampoco me detendré en los detalles de su triunfo, que ya todos lo saben, si no en eso que tanto recalcó él antes y después de saberse ganador de la medalla de oro: “su mami”.
Sí, es así, efectivamente. Es gracias a esa señora, fallecida en 2010, a la “mamá de Limardo” a la que Venezuela tiene que enaltecer, y como a ella, a tantas mujeres, o en su defecto, padres, abuelos, tíos, primos, que consagran su vida a llenar el corazón de sus hijos y familiares de esperanza, disciplina, constancia y, quizá, el valor más insoslayable de un ser humano, la humildad, porque esa frase “humildad” está en los gestos, en la palabra, en las gracias.
Rubén y su mamá nos dieron a los venezolanos esa garganta trancada, esa voz quebrada y ojos llorosos que tanto anhelábamos ver, incluso los más reacios al deporte. El solo hecho de de ver a miles de kilómetros de Caracas, a extranjeros, príncipes y los mejores deportistas del mundo, observando como la bandera de Venezuela se impone, o como escuchan un himno lleno de gloria por escasos dos minutos, no tiene precio. O sí, la mamá de Rubén fue el precio: su valor.
Un viejo profeta libanés llegó a decir: “A los hijos podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos, porque ellos tienen sus propios pensamientos… pues sois los arcos con los que vuestros niños, cual flechas vivas, son lanzados”. Y así es. Rubén quiso ser una gloria y lo mentalizó, pero también así fue, su madre lo impulsó. A ella le debemos que millones de venezolanos estuvieran unidos sin importar muchas diferencias ese primero de agosto de 2012.
Sé que Ruben apostó por resucitar a su madre a través del oro olímpico como jugando a ser Dios de su propio amor, y en el fondo lo logró, porque hizo que la memoria de su madre estuviera aún más presente y latiendo a su lado. Por desgracia, empero, ni el oro, ni la plata ni el bronce regresan del infinito a los seres queridos en cuerpo presente, si no, más que unos juegos olímpicos, sería una lucha entre gladiadores para jugar a ser Dios.
A partir de ahora, el uno de agosto de cada año será recordado por millones de venezolanos en el mundo como la fecha en la que el país brilló con el oro, incluso, debería bautizarse como el “día de la constancia”.
Pero, sobre todo, y lo más valioso, es que a partir de ese primero de agosto cada uno de los hombres y mujeres que anhelan el éxito para sus vidas se acordarán de Rubén Limardo, de sus palabras, de su perseverancia, del valor de amar puramente y exprimir ese sentimiento para beber el elixir del triunfo. Que nada es imposible en un país como el nuestro, con sus vicisitudes y complejidades, y que si se quiere, se puede, porque en la vida se ama, se sufre, se lucha y se gana.
Gracias señora mamá de Rubén Limardo.
Limardo besa la segunda medalla de oro para el olimpismo venezolano (AP) |
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