Mis respetos profesor Antonio Cova
El profesor Antonio Cova Maduro |
Antonio Cova, el amigo, el "profesor Antonio” o Antonio, como lo llamaba sin respeto y hasta en tono bonachón, se nos fue el 16 de mayo. Lo aprendí a conocer en 2007 cuando entré a escribir a las páginas de El Universal, y sin duda ha sido una de las mentes más lúcidas de la intelectualidad venezolana. Él lo sabía, pero era humilde.
“Cova” no hubo una vez, me atrevo a asegurarlo, que no pasara por la sección Internacional a saludar. Pongo las manos en el fuego. A veces creo que se le olvidaba mi nombre, pero él venía, conversaba aunque peleando con la memoria a ver cómo coño me llamaba. Siempre llevaba sus libros acuesta de su pecho, como el doctor Chapatin cargaba su bolsita marron. Su joroba disimulada le daba un aire de sapiencia que se disfrutaba al hablar. “¿Cómo está la cosa?” “¿Tu sabes que…?” y allí espetaba una retahíla de historias y datos fascinantes de política, cultura, historia, que pocos venezolanos conocen.
A medida que pasan los días me doy cuenta que mi vida es como un libro en el que las horas son esas páginas que no puedo ver y entender qué dicen, aunque al final de la jornada logro descifrar el capítulo entero. Los amigos son parte de cada página.
Cuando comienzan a morirse los amigos nos podemos dar cuenta que nos hacemos mayores. En un santiamén recuerdo cómo en tono burlesco y hasta irónico les preguntaba a mis padres la razón por la que iban a cuanto velorio surgiera. La respuesta era monótona como la interrogante: “porque éramos amigos”.
Mi padre es un asiduo asistente de los velorios, creo que siente una obsesión patológica por los funerales porque quiere ser el primero en llegar y el último en apartarse del féretro. Le gusta ver al muerto tras el cristal. Detallar en qué cambió esa persona tras el funesto rictus de la muerte. A veces suelta una lágrima, se dedica a consolar y se va tranquilo, confiado de que cumplió con el más injusto de los derechos humanos, morir.
Nos hacemos mayores porque los amigos comienzan a morirse. Cada uno comienza a ser víctima de las miles de estadísticas y cuando somos pequeños no nos damos cuenta. Uno se fue por un accidente de carro, la tercera causa de muerte en el mundo. Otro de un cáncer, una de las primeras razones de mortandad en el planeta. El otro se lo llevó la inseguridad, el principal problema de los venezolanos. Sin querer, un par de amigos fallecieron por enfermedades coronarias, la primera causa de muerte en el país. Cuando volteamos ya son muchos los que se están yendo.
Me pregunto, de nuevo, ¿será que tengo muchos amigos mayores? No, no los tengo, sencillamente es la ley de la vida a la que cualquier mortal no logra acostumbrarse jamás. Es la “justicia divina” en la que ningún tribunal tiene jurisdicción para derogar ese dictamen. Por eso a los amigos hay que disfrutarlos, quererlos, verlos, reír, pelear, odiar, amar, abrazar, compartir, y mil cosas más. La vida es muy larga, el problema es que somos mortales. Ella continúa, nosotros no.
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