Caracas en los tiempos del AH1N1
Una foto de Caracas cortesía de www.gdc.gob.ve |
El calor
abrasador de los mediodías caraqueños levanta suspiros desesperados. A treinta
grados bajo la sombra las bacterias arman sus tarantines para trabajar hasta la
noche. Caído el sol, algunos de los cinco millones de caraqueños se irán a sus
casas incubando alguna enfermedad o malestar, que sin querer, llegará a un
promedio de cincuenta personas o cien dentro de los vagones del Metro y luego se
propagará a una dimensión apocalíptica.
La ciudad
ignora las millones de bacterias y virus que incuban sus ciudadanos por la
falta de aseo de las calles, por lo deslucida y descuidada que está Caracas. El
frutero lava sus manos con la misma agua con la que luego roseará las manzanas
y las uvas. El vendedor de churros hurga sin piedad los fondos de su nariz cual
minero busca oro. Y constipada una haitiana apostada al lado de un enorme
pipote de basura estará ofreciendo dulces criollos mientras ventila su malestar
sobre los manjares que habrá preparado la noche anterior.
Por estos días la novedad del virus AH1N1 es
que mata tan rápido como la violencia. En un país donde los asesinatos bajan y
suben como los índices bursátiles, una epidemia más, una pandemia menos, luce
como algo pasajero para el transeúnte común.
Los
titulares de los periódicos hablan desesperadamente de la epidemia como una
amenaza inminente a la especie humana, una guerra a escasos kilómetros de las
fronteras. Explican las formas de contagio, las medidas que se están tomando
para frenar su expansión; relatan los casos de las víctimas, citan las cifras
de los fallecidos que cuelgan por encima de los que llegaron la noche anterior
a las morgues del país.
Una vista del callejón Manduca, en el centro de Caracas |
La radio
y la televisión ofrecen las jornadas de vacunación. Hablan los ministros, los
médicos, las enfermeras, los curanderos, los opinólogos de costumbre y hasta el
Presidente de la República. La ciudad sin embargo sigue su ritmo tragicómico.
“Piden reforzar medidas en terminales contra AH1N, Reportan segunda muerte por AH1N1 en Táchira, Contabilizan 230 casos de influenza AH1N1 en el país, Es posible prevenir el contagio del AH1N1…”
La epidemia se informa como una tragedia anunciada
de las tantas que se ignoran. La AH1N1 es un subtipo de influenza que se
transmite de forma similar al de la gripe estacional, es decir, a través de la
tos y los estornudos, o llevando las manos a la boca y la nariz después de
tocar algo contaminado con el virus. Y ese es el problema, que para muchos todo
esto es “estacional", se cree que va y viene y como tantas batallas que
los venezolanos ganan este será un "viritus más" que la ciencia
derrotará.
Al final de la tarde uno de los tantos
perrocalenteros de la estridente Av. Urdaneta se convertirá en un potencial
agente contaminador de bacterias de la AH1N1. En un país de psicosis como Japón,
Australia o China, el hombre de la bata blanca de la gastronomía callejera
popular estaría encarcelado o en cuarentena por muchos días.
Ralla queso, corta hortalizas, se seca el sudor con
el brazo izquierdo y toma el pan. Lo abre sin precisión y suelta un estornudo
disimulado mientras su contenida gripe lo acosa lentamente. Un niño devora con
la mirada aquel manjar de gérmenes con salsas, papa y ensalada que en un
período de seis días podría incubarle la bacteria que luego, por la lógica
natural, se expandirá.
En sí, es un problema más dentro de los miles que
agobian a la ciudad. ¡Hay cosas más grave de que alarmarse, peores cosas nos
joden!, dice un barbero de La Candelaria. Y así es. A la farmacia no llegan las
vacunas o se acaban muy rápido porque también mandan pocas. Los jabones para
matar las bacterias se agotaron hace una semana y no llega mercancía hasta el
lunes en la mañana. El alcohol se vendió como pan caliente y desde el jueves no
se repone nueva mercancía. Hay varias zonas de la capital sin agua para lavarse
las manos a pesar de que los médicos dicen que es el remedio más efectivo.
Las enfermedades son un
negocio para unos, desgracia para otros, no todos están molestos por lo que
está pasando y solo esperan el desespero popular para aumentar las ventas.
Muchos anhelan la llegada de la “hora cero” a Caracas pero pocos creen que eso
pasará.
En las
arterias del Metro la muchedumbre viaja a un ritmo desenfrenado, no hay
tapabocas en los rostros ni enormes filas depuradoras con vapores contra las
pestes a las entradas de las estaciones, como hicieron los chinos o japoneses
en los primeros tiempos de las pestes mortales modernas. En el mayor bastión de gérmenes de la capital los viajeros ni se inmutan.
Vista aérea de la estación Plaza Venezuela, en Caracas |
Lo menos
difícil de la ciudad es encontrar la forma para morir. A la epidemia nadie le
teme porque la violencia llega más rápido. El virus tarda varios días para
incubar. Para el domingo la cifra de asesinatos superará, siendo positivos, las
cincuenta personas. Hasta ahora en el interior del país no hay ni cien muertos
por la enfermedad. En mayo habrán asesinado a unas 300 personas en Caracas y
unas dos mil en todo el país.
Perrocalenteros en Sabana Grande (foto CCS) |
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