El Tiananmen venezolano


Un manifestante muerto se deja llevar en una motocicleta después de disparos se escucharon durante una manifestación contra el gobierno en Caracas 12 de febrero 2014 (AP/Carlos Garcia Rawlins)
A estas alturas, en China, parte de su inmensa población desconoce lo que ocurrió en la Plaza de Tiananmen al final de la serie de protestas de junio de 1989. También, a estas alturas, en las antípodas de China, en Venezuela, un grueso del país no sabe lo que ocurrió este 12 de febrero en Caracas, lo que es escalofriante en tiempos modernos. Pero comprensible ante la República del Absurdo.   

El simbolismo de aquella gran tragedia de la historia política de la nueva potencial mundial, estuvo marcada por miles de estudiantes que fueron reprimidos por manifestarse a favor de reformas y libertades en una nación donde sus políticos se resisten a dejar el poder y oxigenar el comunismo.

Los venezolanos acaban de vivir este 12 de febrero su propio Tiananmen, con diferencias que salvar pero grandes similitudes en el fondo que terminaron de evidenciar que el país atraviesa el mayor experimento de traslación dictatorial de los últimos cincuenta años.

En Tiananmen, las protestas que arrancaron en abril de 1989 con estudiantes reclamando mayores libertades políticas y democracia, terminó el 4 de junio con una matanza descontrolada hacia la población civil. En Caracas, sin las magnitudes de aquella tragedia, el Gobierno lleva a las calles a sus colectivos (organizaciones paramilitares) para que, armados, envíen un mensaje intimidante a quienes osen protestar. Un par de balas, unos muertos no importa para ellos. Lo clave es el mensaje.

El hecho de que el Gobierno alineara las televisoras para que evitaran cubrir las marchas opositoras, prohibiera a los medios electrónicos una mención, por más pírrica que fuera, de lo que pudiera ocurrir este 12 de febrero, cerró con la decisión de tumbar, en plena convulsión callejera, la señal de un canal internacional, NTN24, que se transmite, dicho sea de paso, a través de un cableoperador.

Imagen de un estudiante que se enfrentó a un tanque en Pekín durante los sucesos de 1989 (Archivo)

Desesperado y ante un miedo que se hace visible con estas decisiones, el presidente Nicolás Maduro dejó al país aislado de la realidad en un momento en el que se sabía que las cosas no iban bien, y las calles despedían olor a violencia. Lo encerró en una burbuja de programas de cocina, telenovelas mediocres y películas de antaño, para crear un halo de misticismo que es más peligroso que el propio silencio.

Con  Tiananmen, China incrementó los controles a la cobertura de los acontecimientos polémicos en su prensa nacional, al grado de que hoy en esa nación de 1.300 millones de almas existen personas que desconocen lo que ocurrió aquel 4 de junio de 1989. Peor aún, ni saben que ese día estalló una revolución estudiantil que tambaleó al régimen comunista.

Los estudiantes en Venezuela son testigos directos de la descomposición social, moral y económica en la que está cayendo el país. Son el reflejo de una nación hastiada del miedo, la falta de un futuro digno, con condiciones justas para hacer surgir a una tierra en la que el gobierno está empecinado en imponer un Estado comunista inspirado en los fracasos de Cuba.

Lo grave de la situación es que lentamente el país se aproxima a un cierre informativo cuyas dimensiones la ignorancia popular no imagina. La asfixia a la prensa escrita a quien no se le quiere otorgar divisas para importar papel, cayendo como árboles talados en un inmenso bosque solitario, termina de morir con el silencio de una sociedad que no reacciona ni imagina la magnitud de lo que pasa.


Un manifestante lanza una piedra durante una demostración de la oposición contra el gobierno de Maduro (AFP)

La estrategia no puede ser más inteligente: sin medios críticos, sin prensa en la calle, no hay malas noticias y el Gran Hermano puede terminar de construir su utopía.

La reacción oficial a las protestas estudiantiles de este 12 de febrero, con tres muertos a cuestas, estudiantes detenidos, bandas paramilitares alimentadas por el Estado, danzando y disparando sin el más mínimo descaro de control policial,  son las señales más contundentes de que el Estado-Gobierno está dispuesto a todo con tal de regentar el poder.

Lo evidente es que la calle comienza a encenderse, que surgirán nuevas alternativas entre los venezolanos para conocer la verdad de lo que está ocurriendo.

Hay que olvidarse de la fantasía de que “Maduro queda en evidencia ante el mundo”. A ese “mundo” poco le interesa lo que ocurre en Venezuela, las cosas deberán resolverse en casa y se comienza demostrando que las diferencias deben respetarse y que la llamada “mayoría revolucionaria” está cegada y Venezuela viaja a un rumbo conocido llamado “fracaso”. 

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