Yihadistas del Estado Islámico celebran la muerte de algunos secuestrados
La propaganda es la fuente
de combustión del terrorismo. Una verdadera industria de comunicación,
impulsada por el auge de las redes sociales, ha permitido a los yihadistas del
Estado Islámico (EI), así como de otros movimientos contemporáneos, expandir su
terror a un precio módicamente “justo”. Entonces, un remedio es aplacar la difusión,
en este caso, matar al mensajero.
La yihad es, para muchos, el
último gran movimiento de resistencia global, pero no hay nada definitivo ni
absoluto cuando de impulsar la violencia y la venganza se trata, y la ideología
es la fuente de inspiración. El Estado Islámico no lleva nada nuevo en todas
sus formas: asesina cruentamente como los romanos hace dos mil años, y difunden
sus crueldades como hasta tres décadas atrás lo hacía el IRA (Ejército
Republicano Irlandés), Al Qaida en los años ochenta, o ETA en España hace tres
lustro.
Estamos frente a una cultura
nueva de violencia que maneja muy bien los efectos del photoshop y las redes
sociales como Twitter, Facebook y Youtube para reclutar nuevos seguidores para
su guerra, al mismo tiempo que gana más personas con miedo. Es una industria
del miedo muy bien organizada que con el morbo se potencia. Desafortunadamente este
último aspecto es el coctel perfecto para aupar el terror social que causan hoy
los yihadistas en Europa y Estados Unidos.
Silenciar al mensajero es
simplemente contar de plano lo ocurrido sin ahondar en el cómo. Que los grandes
medios de comunicación de todo el mundo, en su pleno derecho de informar, no
solo no difundan los videos y fotos de actos cruentos de los terroristas (como
ya lo vienen haciendo), sino que hagan la guerra comunicacional silenciándolos.
Como los políticos sin radio y televisión, sin estas dos herramientas no son
nada.
Twitter ya ha desactivado
unas 18.000 cuentas vinculadas al Estado Islámico y sus fanáticos; Facebook
bloquea las páginas de miembros de esta organización que difunden sus
comunicados y Youtube suspende automáticamente cualquier video que morbosamente
muestre las ejecuciones de prisioneros de los terroristas. Es una forma sensata
de actuar.
Los medios de comunicación
en Venezuela tienen una política, no escrita en papel, de abstenerse a publicar
informaciones que alienten al suicidio; es decir, toda nota, reportaje o suceso
en el que una persona se quite la vida lanzándose a un tren, un precipicio. El
argumento, esgrimen los editores, es “evitar que la gente convierta el suicidio
en el metro como una salida normal”.
Se asiste lentamente a la
violenta aceleración de la industria del miedo. Los yihadistas de ahora, los
nuevos terroristas en nombre de su ideología, son como en el pasado hombres y
mujeres estudiadas en las mejores universidades del mundo. Que dejaron sus
familias y países porque ven algo “cool”, “amigable” y “justo” en todo ese
accionar violento. No solo es que sepan manipular quienes se encargan de esto,
sino que la difusión de sus acciones constituye un reflejo del poder que
tienen. Es como el manager que le ofrece al artista fama y gloria. “Soy
yihadista, ergo soy un héroe”, como matizaba el sociólogo francés Oliver Roy.
La propaganda terrorista del
Estado Islámico debe enfrentarse duramente. El uso de sus efectos casi
cinematográficos con puestas en escena, locaciones pulcras, música de fondo, un
logo, un símbolo, ediciones bien estructuradas con barridos de cámara, solo
refleja la capacidad de este movimiento por actuar con exquisito orden a la
espera de que su producto de difunda en las páginas web de CNN, The New York
Times, The Guardian, El Universal, DWTV, a un costo ínfimo de lo que tendría
que pagar un político de alguno de esos países en los medios de comunicación
respectivos.
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