Leopoldo López, en casa
El descontento generalizado de los venezolanos por la aguda crisis que atraviesa el país es la mayor fortaleza de la oposición en este momento para exigir respeto y cambio
La liberación, o en realidad
“casa por cárcel” para Leopoldo López tomó por sorpresa a la propia oposición,
que ahora entra en una encrucijada a pocos días del plebiscito que convocó para
rechazar la Constituyente, y el propio proceso electoral del Gobierno para
impulsar la modificación de la Carta Magna.
Hasta la saciedad, el
presidente Nicolás Maduro, ha llamado a los dirigentes opositores a negociar
durante estos últimos cien días de protestas, que ha dejado 70 muertos a cuestas.
Pero el problema no radica en el diálogo como principio, sino lo que se quiere
negociar.
El objetivo del chavismo en
el poder, en este momento, es nada menos que ganar tiempo en su afán por transformar
o refundar el Estado definitivamente hacia un modelo socialista, lo que en el
fondo es rechazado por la gran mayoría de los venezolanos.
Ni Maduro está dispuesto a
apartarse de la órbita socialista, traducida hoy en represión, persecución
política, censura, y una grave crisis económica, ni la oposición puede dejar de
exigir su reconocimiento como nueva mayoría que rechaza el modelo dictatorial
germinando. Y lo clave: exigir elecciones.
En Venezuela, a diferencia de otros países de América Latina, la dirigencia opositora, y dígase el país, no
está negociando puestos en ministerios, cargos en embajadas o cuotas de poder.
Es la República.
El chavismo busca, aún más, la concentración absoluta de poder en el Ejecutivo sin independencia de instituciones gravitando
en el socialismo al estilo de Cuba. Es un
cambio radical del país como se le conoce hasta ahora, y que hoy se ve
reflejado en un ilegítimo llamado a una Constituyente.
Con López en casa por
cárcel, dividir y vencer parece la estrategia de fondo de Maduro, conforme la
calle sigue ardiendo y su gobierno, al interior, se ve afectado por las fuertes
manifestaciones, la represión policial y militar, que ha causado conmoción
dentro y fuera del país.
Maduro necesita calmar
la calle; lograr que la lucha de poderes que él mismo propició permita que el
Tribunal Supremo sea reconocido como “equilibrado” en una fachada de supuesta
división de poderes. Más en estos momentos que la Fiscal General, Luisa Ortega
Díaz, le ha dado la espalda al Gobierno y guarda grandes secretos sobre corrupción
o narcotráfico.
Negociar la transición en
este momento es una interpretación demasiado triunfalista. La liberación de
Leopoldo López, sin duda, fue resultado de la presión popular que activó, al
mismo tiempo, a la comunidad internacional pasmada por la escalada del
conflicto.
Faltan casi 400 presos
políticos que el chavismo utiliza como piezas para negociar y presionar, una
muestra excepcional de un espíritu tiránico. La liberación de estas personas es
otra exigencia inquebrantable.
El ataque armado al
Parlamento por parte de oficialistas, el 5 de julio pasado, demuestra que el
llamado a la violencia y las armas que invoca Maduro es real y consistente con
su amenaza de que “sea por la fuerza” el chavismo se mantendrá en el poder.
El descontento generalizado
de los venezolanos por la aguda crisis que atraviesa el país es la mayor
fortaleza de la oposición en este momento para exigir “respeto” y cambio.
Dejar la calle sería un
golpe muy duro para las familias de la mayoría de jóvenes muertos en las
protestas, además para un país que comienza a entender que la fuerza luce como la
única pluma para firmar la negociación
con el chavismo.
Pero lo que al gobierno le
interesa en este momento es mantener al estamento militar en calma, el cual se
ha visto sacudido por las protestas de los últimos 100 días con deserciones,
arrestos y posibles sublevaciones. Ese mensaje de tranquilidad y vuelta al
orden puede “retrasar” la salida abrupta a la que ellos mismos temen y saben
que viene.
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