Con las sanciones la comunidad internacional se juega una última carta sobre Venezuela



 Irán, una nación petrolera y con mayor capacidad industrial que Venezuela, ilustró hasta hace poco cómo la conjunción de diplomacia y presión internacional pueden forzar a un Estado, por más draconianas que fueran sus posturas, a negociar posiciones para generar un cambio

La crisis de Venezuela ha tomado dimensiones peligrosas. El hecho de que Estados Unidos asomara la opción de una intervención militar como respuesta final al problema institucional del país, aviva las tensiones en una nación con excesiva polarización.

Más que una guerra, la sociedad venezolana y el núcleo de la dirigencia opositora deben esperar el impacto real que la presión internacional tendrá sobre el gobierno, que se traducirá en un real aislamiento.

Por el momento, el régimen del presidente Nicolás Maduro utilizará el impacto mediático de las sanciones y el aislamiento externo para justificar sus fracasos frente al país, por lo que el desabastecimiento puede agravarse conforme dedicará más dinero al pago de la deuda para evitar un default. 

Como ha jugado el régimen de Cuba con el embargo estadounidense durante medio siglo, todo desde este momento en Venezuela será "culpa de las sanciones".

Un mensaje con peso
Con este escenario de por medio, lo ocurrido con la República Islámica de Irán, una nación petrolera y con mayor capacidad industrial que Venezuela, ilustró hasta hace poco cómo la conjunción de diplomacia y presión internacional pueden forzar a un Estado, por más draconianas que fueran sus posturas, a negociar posiciones para generar un cambio.

La estrategia de EEUU hacia Venezuela parece apuntar no solo a elevar la presión social a corto plazo, sino a que al interior del chavismo se genera una escisión capaz de llevar al régimen a negociar puntos clave como la liberación de presos políticos, la apertura de un canal humanitario, y, al final del horizonte, una eventual transición.

La experiencia también ha demostrado que la política de sanciones no logran su efectividad o son menos impactantes si son ejecutadas en solitario. 

Para esto, debe haber unidad por parte de la comunidad internacional exigiendo cambios y mostrando su autoridad y descontento. 

Con el pie en el acelerador, la política de sanciones de la Casa Blanca a funcionarios del alto gobierno venezolano (y ahora al Estado directamente) no pasará únicamente por embargar sus bienes en EEUU o revocar visados.

Muchas de estas figuras del chavismo tienen órdenes de arresto internacional por delitos a los que están vinculados, dejándolos desterrado en Venezuela y muy dependientes de la continuidad del régimen. Es la razón que los mantiene firmes.

El vicepresidente Tarek el Aissami está acusado por EEUU de nexos con narcotráfico

Así, el caso venezolano es un coctel exótico: una nación manejada por funcionarios que se vincularon a la corrupción y narcotráfico, cuyo valor estratégico como territorio, por sus recursos naturales, es clave, pero que al interior del poder funciona como una Junta Militar donde el dinero corrompido y el miedo lo mantiene en pie.

Que la administración del presidente estadounidense, Donald Trump, diera un paso más firme al sancionar este 25 de agosto directamente al Estado venezolano, significa un cambio de estrategia de Washington y una cierta señal de su desespero ante la inmovilidad de la situación y radicalización del chavismo. 

El presidente estadounidense, Donald Trump (WH)
La nueva medida de la Casa Blanca prohíbe a entidades financieras con relaciones en EEUU a ejecutar transacciones con títulos de deuda y acciones emitidas por el gobierno venezolano y Petróleos de Venezuela, lo que significa un golpe letal al único mecanismo con el que Maduro hallaba dinero fresco y rápido, aunque a un costo elevado.

Puerta sin llave
Consumado el cierre del Parlamento como estandarte de la democracia, Maduro se apresura con la  fraudulenta Asamblea Nacional Constituyente a borrar cualquier forma de oposición al criminalizar la disidencia, un reflejo de su papel dictatorial.

Abrazado por el chavismo radical, Maduro está por primera vez desde el estallido de las manifestaciones en su contra, en 2014, en una encrucijada por el impacto que la presión internacional puede generar en la economía del país y su círculo interno.

La imposición de sanciones y el desconocimiento de la Asamblea Constituyente por más de 60 países, que representan el 65% del PIB mundial -la mayoría con los que Venezuela tiene negocios e inversiones-, es una bomba de tiempo sobre Caracas que amenaza con aislarla diplomáticamente, al menos que en el corto plazo el régimen destrabe la situación.

Es la primera vez que el “madurismo” sentirá de cerca como la mayoría de sus vecinos de la región ignoran sus decisiones conforme las sanciones de Washington son un tropiezo directo para la economía venezolana, ya que gobiernos, entidades, empresas e individuos, se abstendrán de prestar, firmar o negociar contratos con Maduro a la sombra.

La expulsión del Mercosur; el desconocimiento de la Unión Europea (28 países); el rechazo de bancos como el suizo Credit Suisse, que prohibió negociar determinados bonos vinculados al Gobierno venezolano o a la petrolera estatal PDVSA; la división en torno a la Celac –el Sanctasanctórum del chavismo para aislar a EEUU--, son las primeras trabas del mandatario en un año crucial en el que le urge más dinero que nunca.

Trump no ha descartado un embargo petrolero a Venezuela, lo cual sería perjudicial para un país que depende en 90% del dinero que otorga las ventas de este recurso.

El embargo petrolero estadounidense, el mayor comprador de crudo venezolano, es un escenario que los expertos ven como drástico, y sin duda afectaría más al pueblo que a la jerarquía gobernante, como ha demostrado el caso cubano o de Zimbabue, pero las amenazas logran ser efectivas en el juego de las relaciones internacionales en ciertos casos. 

Un espejo
Estados Unidos, Naciones Unidas y la Unión Europea han impuesto múltiples sanciones a Irán por su programa nuclear desde que la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), el organismo de control nuclear de la ONU, encontró en septiembre de 2005 que Teherán no cumplía con su política internacional en esa materia.

Las sanciones estadounidenses sobre Irán datan desde 1979 cuando triunfó la República Islámica sobre el sistema teocrático que imperaba en el país, un extinto aliado de Washington. 

Zachary Laub, un experto en el Council Foreign Relations, explicaba que las sanciones a Irán abarcaban una variedad de propósitos relacionados con los asuntos internos y externos del país, que van desde la proliferación de armas, los abusos de derechos humanos hasta el patrocinio estatal del terrorismo al fomentar la inestabilidad en el extranjero. 

Se dirigen a sectores amplios, así como a personas y entidades específicas, tanto nacionales como no nacionales que tienen relaciones con los iraníes sancionados.

El embargo petrolero de 2012, impulsado desde EEUU, por el que la Unión Europea y posteriormente un grueso de países de Asia suspendieron la compra de petróleo a Irán, llevó a que tres años más tarde, en 2015, asfixiada por el aislamiento, Teherán se sentara a negociar un nuevo acuerdo nuclear con el que renunciaba a hacerse de armas atómicas.

El impacto de esa sanción se hizo notar desde el primer mes de su imposición.

Lo datos de la Agencia Internacional de Energía revelaban que las exportaciones iraníes pasaron de 2.5 millones de barriles diarios en 2011 a 1.5 millones en mayo de 2012, una pérdida de ingresos de 2.500 millones de dólares mensuales, decía Gonzalo Escribano, un experto en temas energéticos del Real Instituto el Cano.

El aumento de la inflación, y por ende la depreciación de la moneda influyó en el descontento social de los iraníes que vieron como su calidad de vida desmejoraba. Esa ruptura aceleró el cambio del gobierno bajo la promesa de negociar las sanciones, viendo la inminencia de una crisis económica más fuerte.

En Irán, como en cualquier país, la estabilidad doméstica y las condiciones económicas están inextricablemente ligadas, y es lo que comprendieron los dirigentes iraníes: que ni por más ideologizada que está la sociedad se pudo convencer que Occidente era culpable de todo. Había un “mea culpa” nacional.

En julio de 2015, Irán y seis grandes potencias firmaron el “Plan de Acción Conjunto” (JPA) que alivió algunas sanciones y permitió el acceso a $ 4.200 millones en activos previamente congelados a cambio de limitar el enriquecimiento de uranio y permitir a los inspectores internacionales acceder a sitios sensibles. 

Modelo en deterioro
El fracaso del modelo económico venezolano dejó al país con una alta dependencia de las exportaciones y del dinero exterior para mantener vivo el sueño “bolivariano”. 

A diferencia de Irán que produce ciertos bienes básicos esenciales para el país, Maduro entra en una diatriba de negociar o radicalizarse.

Los expertos estiman que la deuda externa de Venezuela llega a 150 mil millones de dólares, pero con una inflación del 700%, calculada por el Fondo Monetario Internacional (FMI), y una merma en los precios del petróleo, el coma en el que entró la revolución de Chávez lo acerca a la muerte.

Los precios del petróleo han retrocedido, empujados por los elevados niveles de existencias de EEUU y el repunte de la oferta, por lo que no se estima un incremento de su valor en los próximos meses como para que Maduro reflote.

Lo complejo de este escenario de presiones es que China y Rusia, los mayores prestamistas de Caracas, no están dispuestos a permitir la caída del régimen, al menos en el corto plazo, visto que Moscú acelera sus inversiones en materia petrolera y Pekín tiene millonarias cuentas por cobrar y negocios activos.

A Moscú le urge mantener su principal satélite político en América del Sur al garantizar la sostenibilidad del régimen con inversiones a largo plazo al erogar dinero que, a su vez, utiliza Maduro para pagar importaciones y deuda externa.

China podría jugárselas con Venezuela aprovechando el vacío y aislamiento que se ha creado en torno al régimen chavista para hacerse de nuevos contratos. Sin embargo, Pekín reconoce que la estabilidad del modelo es frágil y los riesgos más elevados que en cualquier otro país de la región.

El presidente de China, Xi Jinping junto a Maduro en Caracas
El Gobierno de Venezuela pudo haber encontrado ahora mayores argumentos para justificar el colapso económico ante sus seguidores, pero un grueso del país ya era consciente de que el modelo socialista de Chávez ha fracasado.

Los subsidios a ciertos alimentos, los beneficios a las Fuerzas Armadas, y una poderosa maquinaria de represión que ha comenzado a operar sin sutileza es lo que mantiene a flote a Maduro en estos momentos. El cómo navega en esta nueva tormenta de sanciones es lo clave, pues debe decidir entre alimentar al país, pagar la deuda, consentir la cleptocracia o sentarse al verdadero diálogo.

Una de las tantas lecciones de la crisis actual venezolana es que la sociedad se envalentona, otra se adapta y busca maneras para subsistir, y otra simplemente se hace dócil al régimen para hallar beneficios.

En una nación acostumbrada a las crisis, hoy más que nunca será la presión internacional la que tenga un papel clave en la posible transición o destrabe del problema. La plana dura del chavismo juega a la inmolación, va a radicalizarse, y es allí donde comienza el verdadero choque de poderes.

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