Cincuenta muertos después, poco cambiará en EEUU
El debate sobre el control
de las armas regresa al escenario de los temas álgidos de la sociedad
estadounidense. En realidad, nunca se oculta, sino que se matiza cuando una
tragedia como la de Las Vegas enluta al país: 58 muertos y 500 heridos por un
tirador que disparó a un concierto desde un hotel.
El asunto es que lo ocurrido
en la ciudad del vicio y lujo, por ahora el peor tiroteo en masa en la historia
de Estados Unidos, no cambiará la mentalidad de los ciudadanos por complejas
razones, con lo que debe examinarse no solo la cultura a las armas que impera
en el país, sino la excesiva exposición a la violencia que es caldo de cultivo
dentro de la sociedad estadounidense.
Una industria televisiva cada
vez más violenta, con series épicas de guerras y matanzas, o las “narcotramas”
y novelas que narran la vida en los carteles de la droga, bajo la mezcla de
sangre, armas, amor y dinero, sin duda impactan en la forma en que la sociedad
percibe el entorno, se ve así misma, y crea estereotipos.
Más allá de que la tenencia
de un arma es un asunto cultura, arraigado en la Constitución desde hace dos
siglos, este es un negocio lucrativo que favorece a la clase política
estadounidense al ser una pieza clave del financiamiento de sus campañas.
Y, sin duda, el negocio de
las armas es un baluarte de la economía estadounidense, que reportó unos 209.700
millones de dólares en ganancias en 2015, revelan datos del Stockholm
International Peace Reserch Institute.
Los republicanos han sido
los oponentes eternos de un control más estricto de las armas, y sus razones
son económicas primero, y sociales después, bajo la premisa de que menos
armamento hace al país más débil.
Y es que una regulación de
carácter federal más estricta en el comercio interno de armas impactaría en el
PIB, restando competitividad a las empresas de armamento nacional, siendo EEUU
el mayor productor, consumidor y exportador de equipos militares del mundo.
Frente a ese hecho, Estados
Unidos está siendo devorada, ferozmente, por dos epidemias sociales al mismo
coste humano de una guerra: el consumo de drogas, con las metanfetaminas en la
palestra, y las muertes por arma de fuego, donde cada vez más estadounidenses
se quitan la vida.
Para 2013, de las 33.636muertes totales con armas, 21.175 fueron suicidios, según el Centro de
Políticas sobre Violencia (VPC), que reprocha el hecho de que la prevalencia de
quitarse la vida está directamente relacionada con el fácil acceso a las armas
de fuego que hay en el país.
Si bien los grupos de
presión como la Asociación Nacional de Rifle (NRA) tienen poderes casi
omnímodos sobre las decisiones de Washington para evitar mayores regulaciones,
el interés social porque haya muertes por armas de fuego es el que debe
comenzar a prevalecer.
A lo que se enfrenta el país
no es a un par de regulaciones como objetivo, y luego siguen las armas en las
vitrinas, sino impulsar un verdadero cambio de mentalidad sobre la necesidad
real de poseer un arma o bajo qué circunstancias.
Conforme pasa el tiempo,
Estados Unidos parece estar acostumbrándose a la gélida realidad de mayores
matanzas, más muertos, la bandera a media asta, sermones y flores, en pro de
mantener su poder económico y global.
El hecho de que hace 200
años tener un arma en el hogar era una necesidad al fragor de la causa
independentista, no significa que en estos tiempos el mismo principio tenga
vigencia en la sociedad. EEUU vive muy atado a un tradicionalismo que no le
permite avanzar en ciertos aspectos morales o políticos, y el debate de las
armas de fuego es una muestra.
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