Sin un panorama claro entre Cuba y EEUU


Un sector radical de la política estadounidense canta victoria tras la decisión del presidente Donald Trump, de reducir a una mínima expresión la presencia diplomática de Washington en Cuba, con lo que técnicamente las relaciones quedan en un trance.

El debate, sin duda, no es que el presidente de Estados Unidos decidiera llevarse a todos sus diplomáticos de vuelta a casa, sino el motivo de fondo que generó la decisión: el daño a la salud que sufrieron funcionarios estadounidenses destacados en Cuba, afectados durantemeses por un “ataque acústico” bien planificado. 

Orquestar un acto de esta naturaleza, que implicaría el uso de equipos sofisticados y al menos bien manipulados, significó una operación que debió contar con el apoyo de oficiales cubanos o extranjeros con el objetivo claro de causar el mayor daño posible en las relaciones.

Un puñado de países que rivalizan el liderazgo global con Estados Unidos, y, en una época en la que ganar influencia en América Latina es clave, quedaron perturbados con el restablecimiento de relaciones entre La Habana y Washington, el 17 de diciembre de 2014, luego 50 años sin vínculos formales.

Por un lado, los rusos tienen un profundo interés porque EEUU y Cuba no mantengan acercamientos sobre puntos vitales de política exterior o comercio; sin embargo, este objetivo era mucho más real previo a las elecciones que llevaron a Trump al poder, pues el republicano ya expresaba su rechazo al acercamiento.

Fueran los norcoreanos, iraníes, rusos, o propiamente la inteligencia cubana, el problema es que La Habana nunca revelará al culpable directo de este plan en salvaguarda de sus interés. Y mucho menos, de haber sido un plan interno ajeno a una orden superior de insubordinados, entregará a los responsables.

Así, ambos países parecen condenados a no entenderse marcados por los recuerdos y traumas. Por un lado, en Washington, hay relaciones con regímenes represores igual o peores que Cuba, y, al mismo tiempo, La Habana se muestra orgullosa y se niega a ceder espacios de libertad o poder. Esa contradicción empaña el futuro. 

Un puente fracturado 
Las relaciones de la Casa Blanca con la región pasaban por Cuba en distintos temas, y así el presidente Barack Obama lo supo entender. A medida que América Latina en pleno, timoneada en la última década por gobiernos de izquierda cerraba filas hacia La Habana, se forjó un bloque procastrista continental que pesaba en la forma en que Washington se veía ante sus vecinos.

La reapertura de las embajadas significó el cierre de un ciclo de la Guerra Fría, pero en el fondo, vistas las amenazas y discursos de Trump frente a Cuba, tal acercamiento terminó más como una estrategia de un partido o de Obama, que una política de Estado formal, tal como se vio con China en 1979 o Vietnam en 1991.

Desde que Cuba y EEUU retomaron relaciones no existe un solo político, experto o crítico que pueda sostener que hubo una mejoría en temas tan espinosos como los derechos humanos  o las libertades sociales en la isla, lo que incomoda a diversos sectores políticos estadounidenses.

Consumado el acercamiento, esperar un cambio abrupto en la dictadura cubana era ingenuo vista la manera en que el régimen ha operado históricamente. Por el contrario, el aparato represor debió redoblar su estrategia para evitar una fractura que condujera a una “aventura prodemocrática”.

 El deterioro de la situación en Venezuela mantiene a la dictadura cubana con preocupación, conforme su dependencia de Caracas es aún alta. Con Washington asfixiando las finanzas del régimen bolivariano por la vía de sanciones, Trump parece buscar la caída de Nicolás Maduro y al mismo tiempo Cuba se vea contra la pared.

A diferencia de hace una década con un chavismo rico en petrodólares, y la izquierda suramericana en su mejor momento político, Cuba y Venezuela navegan en un mar convulso en el que poco apoyo existe a su causa, y son más los gobernantes de la región que temen a que cualquier arrebato de Trump pueda afectarlos directamente.

A pocos meses de comenzar el relevo de poder en Cuba, donde Raúl Castro dejará “técnicamente el poder”, un sector de la línea dura, reacio a cualquier acercamiento con EEUU, están celebrando la decisión de Trump. No todo está perdido, porque aún hay relaciones formales, el asunto ahora es ver cómo La Habana se aferrar a no perder lo poco que se logró en estos dos años.

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