Análisis: Vivo o muerto, Oscar Pérez será una pesadilla
Si algo no le convenía al
Gobierno del presidente Nicolás Maduro en su maltrecha imagen, era cobrar la
vida de Óscar Pérez, el expolicía que evidenció el descontento en los
cuarteles, y se mostró como fuerza de choque ante un régimen militarista que se
dice monolítico. Si vivo era un problema, muerto parece peor.
La operación policial en la
que habría muerto este lunes él y otros
integrantes del grupo rebelde con el que se alzó en armas el año pasado,
puede que buscara cobrarle la vida, y de tal manera cobrar el golpe que produjo
en la imagen del régimen, como señal de venganza de que frente a cualquier
insurrección no habrá piedad contra el enemigo.
Pérez se hizo famoso en una
Venezuela urgida de héroes y rebeldes, cuando en junio de 2017 robó un
helicóptero policial y sobrevoló las instalaciones del Ministerio de Interior y
el Tribunal Supremo, a lo que sumó meses después el asalto a un destacamento
con armas, acciones que el gobierno catalogó como “terroristas”. Sin embargo,
en el fondo, avivó los temores de una insurrección militar y envalentó a una
sociedad que aún se desconoce qué la hará estallar.
Si algo sabe el chavismo
sobre su génesis, es que provino de una insurrección militar, como la que dio a
Hugo Chávez protagonismo y poder para ganar en 1998 la presidencia. Lo mismo
ocurrió en Cuba, en 1953, con Fidel Castro y su posterior ascenso
revolucionario en 1959; con Robert Mugabe en Zimbabue, u Ollanta Humala en
Perú, que tras revelarse en 2000 contra el presidente Alberto Fujimori, su
“valentía” lo catapultó al poder en 2011.
Así, con vida, Óscar Pérez
era un factor de conspiración y desequilibrio constante al que Maduro temía, en
medio del descontento social en Venezuela. Tras las rejas, el expolicía podía
hacer uso de su influencia y escapar golpeando aún más la imagen del gobierno,
pero muerto, era un trofeo de casería cuya cabeza el chavismo quería colgarse.
El problema es medir si el remedio será peor que la enfermedad, ungido ahora
como un “mártir de la contrarrevolución”.
La caza contra Pérez, vivida
casi como un videojuego en 3D, cuando éste vía Instagram informaba en tiempo
real lo que pasaba, y espectadores cerca del lugar de la operación sumaban por
Twitter lo que ocurría, mostró algo mucho más peligro en las formas que el
régimen está dispuesto a mantenerse erigido.
Según la versión del
rebelde, éste en plena embestida estaba negociando su entrega, pero sus
oponentes lo querían muerto, y así se lo habrían dicho. Frente a esta versión se
estaría en presencia de asesinatos extrajudiciales, de los que tanto se vienen
denunciado por parte de efectivos militares, y que no prescriben en la justicia
nacional e internacional.
El saldo de la emboscada fue
siete muertos del bando de Pérez, sin confirmarse su deceso, así como dos
policías, y, según algunas versiones, un militante de un colectivo chavista
(paramilitar) que participó en el ataque. Frente a un régimen que carece de
legitimidad, la versión oficial puede quedar enterrada y avivar el fantasma de
los asesinatos a opositores que tanto el chavismo hizo parte de su discurso,
los cuales se dieron en plana lucha antiguerrillera e izquierdista de los años
70 y 80.
Chávez tuvo un juicio justo
tras el golpe de Estado que quebró la institucionalidad del país. Como él y
tanto otros de sus seguidores en 1992, fue juzgado y sentenciado. La diferencia
entre esa época y esta es el umbral de democracia que existía. Si Pérez era un
golpista, como lo fue Chávez, también merecía un juicio y no la muerte a
secas.
Con lo visto hasta ahora,
queda claro que Maduro ha terminado de institucionalizar el uso de la violencia
y los colectivos armados –grupos paramilitares-, para contrarrestar cualquier
subversión, y como en Irán, Líbano o Siria, actúan junto a los cuerpos
policiales o militares como fuerza de choque, a expensas de que sus integrantes
son líderes criminales fogueados en la violencia más vil. Óscar Pérez luce como
el principio de lo que parece el fin.
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