Bahía de Cochinos a la venezolana
Un grupo de militares
venezolanos estuvo en contacto con el Gobierno de Estados Unidos en busca de
apoyo para ejecutar una insurrección contra el presidente venezolano, Nicolás Maduro.
Frente a la reticencia de la administración de Donald Trump de sumarse a esta
"aventura", con los meses el plan falló y los oficiales fueron aprehendidos.
Los conspiradores, sostiene la versión del New York Times, pidieron a la Casa Blanca apoyo técnico: unos
radios cifrados para evitar filtraciones y un posterior respaldo internacional.
En menos de un año Maduro, según sus versiones, ha desarticulado dos intentonas
golpistas. Está demás reiterar que dentro del sector castrense el descontento es
rotundo por el colapso que padece Venezuela.
Lo inquietante de la
situación son las razones que llevaron a la administración Trump a rechazar
este plan, tomando en cuenta sus reiteradas críticas al régimen de Caracas y la
amenaza de una potencial invasión con "todas las opciones sobre la mesa". La respuesta puede estar en la propia
oposición, la profunda división reinante y la situación país.
Un eventual golpe de Estado
debería conducir a la formación de una junta militar que en un corto período organice unas elecciones limpias para restituir el orden democrático.
Pero es evidente que las fracturas al interior de los diversos bloques que se
oponen al régimen ha demostrado su incapacidad de unirse en temas clave, y una
transición desordenada podría ser riesgoso.
No es la primera vez que la
Casa Blanca deja a medias o en nada una operación como la que buscaban militares
venezolanos, sobre todo, cuando reconocen sus propios asesores que la única vía
para la salida del régimen comunista venezolano parece ser la fuerza y no los
fundamentos democráticos.
En 1961 cientos de cubanos
exiliados en EEUU organizaron una invasión militar a la isla de Cuba cuyo
objetivo era lograr la rendición del régimen que Fidel Castro construía bajo inspiración
comunista. Si bien el plan estuvo orquestado por la Casa Blanca, y la CIA
brindó asistencia militar, al final decidieron retirar el apoyo a las tropas
insurgentes y en menos de 65 horas, tras la invasión a Bahía de Cochinos, vino
el fracasó y la dictadura capitalizó más poder.
El largo historial de
intervenciones de EEUU en América Latina es traumático. Se generó en el
contexto de la Guerra Fría donde gobiernos legítimos fueron derrocados y se
brindó respaldo a dictaduras militares de derecha que cometieron horrendos
crímenes.
En este momento el contexto venezolano es distinto. La legitimidad de forma se ha desintegrado.
Hace un año, en 2017,
Venezuela dejó de ser una democracia formal. El cierre del Parlamento, la
reiterada persecución y encarcelamiento de opositores, con más de 200 de ellos tras las
rejas, la instauración de una Asamblea Constituyente forzada, y por último,
unas elecciones presidenciales fraudulentas, consagraron al país en una
dictadura cívico-militar sui géneris.
Existe un consenso regional
de que el colapso de Venezuela representa una amenaza. Primero para la estabilidad de
Brasil y Colombia –fronterizos con este país--, aunque Perú, Ecuador y Chile,
están sintiendo como miles de venezolanos, pobres, sin alimentos y sin dinero,
llegan a sus naciones escapando de la crisis.
Mayor es la certeza entre
los líderes de América y Europa sobre quiénes están detrás del Gobierno de
Venezuela y bajo qué intereses. El país ha caído en el control de poderosos
oligarcas que hicieron su fortuna con la corrupción, además de mafias
narcotraficantes que en asociación con funcionarios civiles y militares, operan
carteles que distribuyen buena parte de la droga que se negocia en el mercado
internacional.
Maduro insiste en dialogar
para ser reconocido como única fuerza en el país, sin respetar principios cardinales
de la democracia. La salida en este contexto no será solo bajo la presión
política, sino a través de la fuerza, y esto lo reconoce el estamento militar.
A la Casa Blanca, sin embargo, le urge unir consensos en la región sobre la manera en que la crisis venezolana debe acabarse. En estos meses la diplomacia estadounidense ha dejado que por sí solo los líderes de América se den cuenta de lo necesario de tomar medidas drásticas.
Venezuela está gobernada por
mafias con poderosos intereses en el fracaso del Estado, pero mientras la
oposición política no termine de capitalizar el descontento social y deje de
lado las luchas intestinas por el poder –sin incluso haber llegado--, será más
difícil unir fuerzas para debilitar al régimen, cuya fuente de alimentación inexorablemente es el fracaso del país que hace al pueblo más dependiente de
sus dádivas.
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