La gran interrogante de EEUU en tiempos de paz


En términos reales, Estados Unidos está en paz. A diferencia de lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001, con los ataques terroristas a New York y Washington, y las sucesivas consecuencias, en el país se respira una relativa calma.

Esa realidad ha propiciado estridentes debates dentro de la sociedad estadounidense, tan acostumbrada a marcar su agenda nacional sobre el acontecer exterior, que ahora la cobertura de los medios como CNN, FOX o NBC, es más local que en ninguna otra época, surgiendo nuevos actores y temas al compás de las evidentes divisiones.

Como advirtió el historiador Dominic Tierney, “los estadounidenses necesitan algo por lo que luchar, antes de que encuentren alguien contra quien hacerlo”.

Esa lucha de la que habla el historiador puede resultar muy peligrosa para una nación de 328 millones de habitantes con decenas de nacionalidades, ideas y dogmas confluyendo en una misma calle o vecindario.

Tierney, quien es uno de los más destacados historiadores estadounidenses de guerra, lleva tiempo buscando explicaciones a la actual discordia que se vive en el país a medida que el presidente Donald Trump habla de “América primero”, un axioma que para muchos representa una capitulación como gran potencia y para otros la hora de ocuparse de sí mismo.  

“Hay muchas explicaciones para la discordia actual… que van desde la globalización hasta la fragmentación de las comunidades estadounidenses. Sin embargo, existe un gran factor que se ignora en gran parte: la carencia de una amenaza extranjera. Las amenazas externas pueden unificar a poblaciones diversas... un adversario amenazante puede reforzar un sentido de identidad nacional”, escribió Tierney, cuyo libro "The Right Way to Lose a War: America in an Age of Unwinnable Conflicts" analiza este panorama.

"Durante casi un siglo, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, Estados Unidos disfrutó de una Edad de Oro de triunfos militares decisivos. Y entonces, de repente, dejamos de ganar guerras. Las décadas posteriores han sido una Edad Oscura de fracasos y estancamientos en Corea, Vietnam, Irak y Afganistán, lo que expone nuestra incapacidad para cambiar el rumbo después de los reveses del campo de batalla", reflexiona Tierney en su obra. 

El peso de la historia
Estados Unidos ha sobrevivido a muchas situaciones en solo 200 años. A una Revolución, una Guerra Civil, a dos Guerras Mundiales, a depresiones y recesiones económicas, a presidente y políticos malos y buenos, a una Guerra Fría. Y más reciente, como describe el historiador Kenneth Davis, “a un ataque terrorista que sacudió los cimientos de la seguridad y sentido de confianza de la nación”.

Una vista del Cementerio de Arlington (Foto: Pixabay)
Vistas las consecuencias de esos ataques con las guerras de Afganistán e Irak,
--interpretadas como derrotas frente al caos que impera en esas naciones—, los estadounidenses están encerrados en este momento en debates locales como la economía, la legitimidad de la victoria de Trump y todo lo que su figura conlleva.

Si bien hay divisiones al respecto, el país se está preguntando cuál será su rol en la próxima década. Y, sobre todo, el de su poderoso ejército en tiempos de paz.

“La presencia o ausencia de peligro externo siempre ha tenido un impacto profundo en la política interna estadounidense. Las épocas de amenaza se caracterizan por la unidad y consenso estadounidense. Pero la conformidad es sofocante y no se tolera la disensión. Las épocas de seguridad se caracterizan por la aceptación de perspectivas radicales y autocríticas, pero hay un fuerte sentido de fragmentación así como de incertidumbre con respecto al papel de EEUU en el mundo”, explicaba Tierney en un ensayo en el que desgrana “la afortunada época” que atraviesa la nación. 

La búsqueda de un enemigo externo como fuente de unificación ha sido clave en la política estadounidense en los últimos dos siglos. En este caso, Trump no es el primer presidente en atacar a los “enemigos del pueblo” cuando se refiere a los extranjeros o la prensa. Pero hoy como en el pasado, las consecuencias pueden ser contraproducentes.

Stephen Mihm, un reputado profesor en el Departamento de Historia de la Universidad de Georgia, contaba que en la década de 1790, el presidente John Addams y su Partido Federalista “montaron un asalto sostenido contra la inmigración y la libertad de prensa como una forma de mantener su supremacía. Entonces, como ahora, el partido del presidente controlaba la mayoría de las palancas de poder en el país y quería obtener la victoria total contra la oposición”.

Sin el discurso guerrerista de Corea del Norte activado, e Irán a duras penas en los titulares, Trump ha querido resucitar la “amenaza” del emigrante, del extranjero como factor de unidad nacional, más allá de que su agenda nacionalista puede afectar no solo el rol de Estados Unidos como potencia, sino generar nuevos episodios de conflicto en tiempos de un mundo multipolar con China a la cabeza.

Para una mayoría de pensadores, el sueño americano ha cambiado. Si Trump habla de Make America Great Again (Haz América grande otra vez) y la interpretación se resume en nacionalismo puro, lo cierto es que los estadounidenses hoy están más motivados por sus problemas internos (brechas salariales, racismo, el uso de las armas de fuego, el equilibrio de poderes, ayudas sociales) lo cual puede ser aprovechado para impulsar una transformación social un tanto urgente.

“La promocionada visión de los años 50 con un padre, una madre y dos hijos, un perro y una casa con garaje para dos autos es cosas del pasado”, advierte Davis en su libro ¡Qué se yo de Historia¡ en el que pasea a lo largo de la vida del país desde su fundación.

Para el historiador, los cambios sociales en las últimas cinco décadas demostraron que el país es más diverso en términos raciales, las mujeres tienen más poder y las minorías se sienten con más derechos. Por esto a la Casa Blanca de hoy se le complica tanto su agenda nacionalista. O ultranacionalista.

Es cierto que las guerras y conflictos tienen un sentido unificador para los estadounidenses. Que Trump se afinque en acusar a China de robar la tecnología de su país para beneficiarse no es falso y políticamente no descabellado, pero tiene un trasfondo ideológico.

Es el fantasma de la amenaza externa. Para el académico Dominic Tierney la Casa Blanca podría aprovechar la buena racha económica y los tiempos de paz “para ofrecer una agenda positiva… atrevida e idealista, por ejemplo,  con la posibilidad de una nueva época de movilidad social”.

Sin embargo, conforme el nacionalismo se apodera de la agenda política en un país de por sí excesivamente nacionalista, el riesgo de una división social de carácter xenofóbico puede despertar otros fantasmas y danzar sin complejos junto al racismo o la exclusión. En el peor de los escenarios, las guerras ya no serán con armas sino dinero y tecnología y los chinos y rusos lucen dispuestos a no dejarse amedrentar. 

Comentarios

Entradas populares