Chávez I de África



Los últimos cumplidos del presidente Hugo Chávez a las figuras demoníacas de Idi Amín y Robert Mugabe, no son nuevas, pero hoy resultan justas y necesarias para seguir demostrando qué tan obsesionado está el Jefe de Estado venezolano con el poder; hasta dónde es capaz de llegar y peor aún, de qué lado de la historia tiene sus pensamientos.
En momentos en los que Chávez busca alimentar su discurso agresivo frente a Colombia por su temor de que las bases que comparte este país con EEUU estén asentadas allí para derrocarlo, él necesita justificaciones, fines en sí mismo para defender su prepotencia: próceres modernos como Mugabe, Fidel Castro, Amín o el propio Carlos Ramírez, “el Chacal”, que le sirvan como ejemplos de su lucha revolucionarios y claro está, antiestadounidense.
Chávez no busca una retórica con África o Europa, mucho menos con la Uganda del fallecido Amín. Cuando habla de Mugabe no quiere incomodar a los zimbabuenses, ni a los sobrevivientes ni víctimas desplazadas por el mundo de estos dos grandes genocidas y dictadores. Sólo busca el perdón, su satisfacción, limpiar su imagen, y se ve frente al espejo, justificando lo que de algún modo él representa: la obsesión por el poder.
Más allá de su proyecto político y todo lo que la Revolución Bolivariana quiera encarnar en sueños y en realidades, las alabanzas de Chávez hacia Mugabe y Amín rayan de lo absurdo. El Presidente se pasó de los límites al glorificar a un genocida como Amín, que fue culpable de la muerte de más de 300 mil personas durante sus ocho años de dictadura, y se satisfacía del sufrimiento ajeno bajo un alud de morbo maquiavélico que lo catapultó como un psicópata con poder. De por sí era esquizofrénico.
Y si es por la sempiterna imagen de Mugabe, el mandatario zimbabuense es el líder de lo que Chávez ha buscado para Venezuela: convertirla en una República ufanada de supuestos progresos, con la mayor inflación del mundo (100 mil por ciento) y que se dice ser el primer bastión del anticolonialismo en África.
Nada más alejado de la realidad cuando en Zimbabue murieron en 2008, 500 personas de cólera y luego de 29 años en el poder, Mugabe “permitió” a la oposición obtener un espacio de poder para adornar más su dictadura con el traje de la democracia.
Lo más común entre estos tres militares ha sido su carácter personalista y su rechazo absoluto a la crítica y a la oposición, a compartir por minúsculas circunstancias el poder, y aunque al lado de Amín Chávez resulta un prospecto de Ángel de la Guardia, el dictador africano construyó su régimen de terror bajo la profecía de que sí él dejaba el poder llegaría el caos, mientras se enfundaba con su popularidad, corrupción y apoyo de las potencias extranjeras.
En sus diez años de poder Hugo Chávez ha buscado con ahínco la relación Sur-Sur, pero el inconveniente es que ha querido condicionar esa relación al compromiso de exacerbar el sentimiento antiestadounidense en un Continente explotado durante siglos por las grandes potencias europeas y Estados Unidos, y plagada de miserias. No obstante, el compromiso, la relación y la realidad de África pasa hoy por los intereses económicos y políticos de sus gobiernos con las naciones ricas, más que seguir a –otro- demagogo con ideales revolucionarios, que no ayudan a mitigar el hambre, esa que sobra con creces en África.

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