El "american way of life"


Una parada de alimentos en el centro de Austin, Texas

A los lejos pero también de cerca es difícil percibir la hecatombe de la crisis económica norteamericana. Los que mejor saben cómo se ha desenvuelto son los cajeros de las tiendas, que conocen y manejan el lenguaje capitalista de “consumo” como nadie. Más que algunos expertos de Wall Street, los “cashier” miden el puso a diario de las finanzas y reconocen que las cosas no van tan bien, que hay altibajos, y a eso es lo que más le temen, a la inestabilidad.

El american way of life (el estilo de vida americano) es impresionante, y más allá de esto, curioso. El modelo de consumo es una máquina pujante controlada por miles de humanos que necesitan comprar y comprar el más mínimo e inútil de los productos para vivir y subsistir. Es una cultura. Lo más increíble es que la utilidad de cada uno de ellos se hace necesaria, básica, indispensable. Hoy más que nunca, en plena crisis de las bolsas mundiales, vi ese consumismo exacerbado a la enésima.

Y es que los centros comerciales son el ágora de muchos nortamericanos. El centro del mundo. La oficina del psiquiatra, el templo de la infidelidad. Un sábado pude ver a parejas de quinceañeras, con elegantes trajes rosas paseando con sus caballeros, por un centro comercial deleitando anonadas las bellezas de las vitrinas; una alegría acorazada como las mises en pasarelas. Es la diversión sabatina de muchos en el país más rico del mundo.


Durante un par de semanas estuve en el corazón del pujante Estado de Texas, el bastión político y esperanzador del Partido Republicano, que mantiene enfilada sus baterías para volver a la Casa Blanca en 2013. Desde ya el tufo electoral se respira en ciudades como Houston y Austin, donde las creencias religiosas embisten por el poder.

El precandidato presidencial y también gobernador republicano, Rick Perry, ha lustrado su Estado para dejarlo ver como la pieza de plata esplendorosa de la geografía estadounidense sin crisis. Grandes empresas, rascacielos a medias, sucursales bancarias, y una élite intelectual y cultural desperdigada por la amplia geografía texana --con buen poder adquisitivo, lujosos carros, elegantes viviendas y dispuestas a trabajar--, son el escenario común en el “Estado de los vaqueros”.

Si los texanos lo quisieran podrían independizarse de Estados Unidos y ser una economía tan sólida como la de Taiwán, Noruega o Egipto, la decimoquinta del mundo, pues es la segunda de ese país. Cuentan con grandes yacimientos de petróleo, recursos naturales variados, un PIB diez veces mayor al de Venezuela o Colombia, excelentes universidades, y uno de los mejores sistemas de educación secundaria de la Unión Americana.

Quizá sea por esta razón que a lo largo de las gigantes autopistas texanas pude ver colosales concesionarios con miles y miles de carros a la venta: sin importar el tamaño allí están. Aparecen y se desvanecen de la nada abriendo pasos a otros y, así, sucesivamente, flotas de automóviles de variopintos colores se ofrecen a la venta por precios absurdos para incentivar el consumo, el american way of life, porque Estados Unidos de América es lo que es gracias a sus carros y todo lo que ello representa para esta sociedad: trabajo e innovación.

Lo curioso de Texas, o de Austin, su capital política, es esa mezcla de conservadurismo con desmanes de liberalidad, donde mormones, cristianos, judíos, evangélicos y católicos, tienen cuotas de poder compartidas pero entre ellos hay temores. Perry, como el expresidente George W. Bush, es evangélico, y estando en el edificio del Capitolio pude ver las dos placas con los diez mandamientos que ordenó colocar el hoy gobernador, en una clara demostración de la relación que tiene Dios con el poder político, a su juicio. Esa es a simple vista, la idea de quien desea manejar las riendas del país más poderoso del mundo: la palabra de Dios para decir qué es lo justo o no en economía, relaciones exteriores y política.

Quinta Avenina, en Austin, Texas

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