Rescatando al soldado Shalit


La familia de Shalit en Jerusalén (AP)
El regreso del soldado israelí Gilad Shalid a su país era un asunto complejo, y más que eso, inimaginable por las múltiples formas en las que podía concretarse: aclamado como un héroe del pueblo judío, o sencillamente en un ataúd de madera cubierto con la bandera de la estrella de David.

Las dos opciones, mil veces barajadas, aún están en pie hasta que Shalid, secuestrado en 2006 por milicianos de la organización terrorista Hamás en la Granja de Gaza, esté en casa con sus padres. El joven soldado era un trofeo que este movimiento necesitaba explotar con buenos dividendos, y creo que lo ha logrado. Su valor era tan alto como las ambiciones de ver a Israel borrada de la faz de la tierra.

El intercambio de presos entre Hamás e Israel lucía prácticamente inalcanzable. El precio que ha tenido que pagar el actual gobierno de Benjamín Netanyahu por el regreso de Shalid es alto: 1.027 palestinos --muchos de ellos acusados de terrorismo, asesinato, proselitismo político, o simlemente jóvenes inocentes--, por un solo hombre: un soldado. La “rendición” o “concesión” del premier israelí, como quiera verse, luce tardía pero la coyuntura actual en el Medio Oriente permite entenderla. ¿Pero por qué ahora?

Israel se siente perturbado ante la ola de revueltas en el mundo árabe que pueden voltear por completo el statu quo que le permitió durante muchos años mantener una relativa paz con el mundo árabe. Los que hasta hace un año eran firmes aliados, hoy están distanciados del ejecutivo hebreo: Turquía y Egipto, y la iniciativa del presidente palestino, Mahmoud Abbas, de llevar adelante el reconocimiento de Palestina ante la ONU como un Estado, aumentaron las tensiones.

Shalit, convertido en un valuarte moral de las Fuerzas Armadas israelíes tras su secuestro cuando tenía apenas 20 años de edad, devuelto a casa, brinda un respiro a los uniformados, y en sí, a toda la sociedad de ese país; le podría permitir actuar de nuevo contra potenciales enemigos dentro de Hamás ya reconocidos, que si antes no pudieron efectuarse las operaciones por temor a represalias, ahora las cosas pueden cambiar.

Como ocurre en mucho de estos casos, la popularidad del gobierno israelí al interior crecerá. Asistimos a esa realidad en Colombia con el rescate de los rehenes de las FARC por parte del presidente Álvaro Uribe en julio de 2008, y más recientemente el propio Barack Obama, que con la muerte en mayo de Osama Bin Laden, ganó rédito dentro y fuera de Estados Unidos, que poco le sirvió ante la alicaída simpatía que genera en su país.

Lo que resulta polémico del final del caso Shalit es que se produce, particularmente, el mismo día en que Estados Unidos acusa a Irán de orquestar ataques terroristas en suelo norteamericano e incluso planear una ofensiva contra la embajada israelí en Washington. Y es que el programa nuclear de Irán y todo lo que desde allí se pregona sobre el poderío militar, crispa a los israelíes con fuerza.

Muchos esperan que con Shalit en casa Israel no proceda a calentar más el Medio Oriente, ni cayendo en provocaciones de sus enemigos, ni buscando tensiones en solitario, pues las consecuencias pueden ser catastróficas. Hamás, por su parte, recibirá a algunos criminales, y con poca credibilidad en el exterior, de enfilarse de nuevo contra Israel, la respuesta puede ahora ser de contundencia real: el respaldo de Siria, su principal aliado, es cada vez más difícil de medir en medio del levantamiento contra el presidente Bashar al Assad que le resta independencia.

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