El lado oscuro de una visita papal a La Habana


Varias personas gritan al ver el papamovil llegar a la Plaza de la Revolución (FLB)

Esta es la versión completa de la crónica publicada el día 1 de abril de 2012 en la sección Internacional del diario El Universal de Caracas.

La Habana.- El Malecón de La Habana levanta de repente un efluvio de aromas marinos que se pierde entre sus rocas moldeadas. Sobre esas mismas piedras un hombre de barbas níveas trata de pescar cerca de la media noche templada desprovista de estrellas.

¿Qué le pide él al papa Benedicto XVI? "Que traiga papas", suelta sin vacilar. ¿Pero cree usted en eso de la multiplicación de los panes y los peces? "¿Cuáles panes y cuáles peces, dónde están, yo quiero", espeta seguro de cada palabra.

Imagen del Malecón de La Habana a la media noche (FLB)
Aquella sarta de ironías era en realidad la explicación de lo que para muchos cubanos significó la llegada del Santo Padre a La Habana. Si las visitas papales tienen un halo sacramental, esta se asemejó más a una película policial con un guión bien organizado donde miedo, fe, fuerza, y lo absurdo deambulaban irrisoriamente tomados de la mano.

De pulcra guayabera blanca o infundado del verde oliva de los revolucionarios de la Sierra Maestra, Raúl Castro se propuso dejar flotando en el ambiente, al menos eso, de que Cuba era un país de “muchos católicos”.

Las jineteras por un lado se quejaban, mientras algunas no hacían más que migrar de sus templos habituales de trabajo transitando entre uno que otro extranjero altruista vestido del blanco de pureza que controlaba sus ímpetus ante aquella ferocidad volcánica de las hembras cubanas.

Del transitado Vedado a las puertas del Barrio Chino. De la Calle G a las avenidas oscuras de Zanja y Galeano bañadas de policías. Y así, el gobierno quería dar una imagen de sanación milagrosa durante los tres días de visita papal, donde creer en Dios fue para unos cuantos la obligación de la semana.

Dos días antes de la inminente venida del Papa, el Parque Quijote, en pleno corazón del Vedado, estaba atestado de jóvenes católicos, monjas de hábito tan blanco como motas de algodón, y un par de sacerdotes que escuchaban cómo a través de grandes parlantes se oía sin miedo el nombre de Cristo, Dios, Jesús y cuanto sinónimo tuviera el creador en un ágora habanera.

“Ya no somos un peligro –perdón- nunca lo hemos sido”, se retracta de la nada un diácono de aspecto bonachón y barriga alegre que le explicaba a los presentes las luces y sombras de lo que significó ser un cristiano en la Cuba fidelista.

Un policía monta guardia (FLB)
Durante estos días a muchos católicos -los de verdad- los escondieron. A aquel que se le pudiera ver como amenaza, se le intimidó. A unos los arrestaron por varias horas, a otros simplemente se les dejaba pasar.

Era el estado del miedo disfrazado de fervor. Esa sensación de pánico la vivió Randy Gómez. A las seis de la mañana, cuando se dirigía a la Plaza de la Revolución dos agentes policiales -de esos que parecen inofensivos adolescentes-, le pidieron sus papeles. Como si nada le espetaron: "móntate". Y así fue. En aquella jaula negra otras quince personas estaban allí: Sin derecho a nada, sin poder hacer nada. Sin saber nada.

Aquí no hubo reventa de rosarios, de banderines, de Biblias o imágenes divinas. El comercio de la fe está prohibido, pues a duras penas en cada esquina un afiche de Benedicto XVI con tez rosada y elegante mitra flanqueaba una imagen de Fidel y Raúl con el tema: "El socialismo es por siempre".

Todo lucía tan bien estructurado, que dos días antes de la misa en la plaza de la Revolución de La Habana, decenas de autobuses estaban allí apostados. Parvadas de empleados del gobierno, de la seguridad del Estado, soldados y policías vestidos con camisetas blancas ondeaban banderitas ensayando al catolicismo.

Bajo ese inclemente sol durante la misa en la plaza de la Revolución -vigilada por las efigies gigantes del "Che" Guevara y Camilo Cienfuegos- unos presentes oraban con disimulo, otros guardaban silencio. Muchos murmuraban una oración leyendo folletos, pero a lo lejos una anciana soltaba por instantes un suspiro lloroso que secaba con una camiseta inscrita con la frase: "creo en Dios y en nadie más".


La Plaza de la Revolución días antes de la llegada del Papa (FLB) 

Cuenta Frei Betto que una vez Fidel llegó a confesar que tenía la “impresión de que el contenido de la Biblia era un contenido altamente revolucionario; creía que las enseñanzas de Cristo eran altamente revolucionarias, y coincidentes en absoluto con el objetivo de un socialista, de un marxista-leninista”. Por esa analogía, quizá, llegó a imaginarse que era un Dios que viajaba como atlante de Cuba ungido para expandir su propia fe.

Sobre el advenimiento de Dios y las profecías bíblicas, mucho se especuló en La Habana estos días; pero una cosa es que viniera Jesucristo, y otra Joseph Ratzinger a rogar para que su máximo jefe transite sin trabas entre los comunistas de la isla. "Si viene Cristo, que coja guagua porque va a llegar tarde", soltó aquel pescador barbudo.

Como cuando su antecesor Juan Pablo II estuvo en Cuba, el mismo día en que Benecito XVI dejó La Habana el cielo soltó un aguacero rabioso. En aquel venturoso año de 1998, un Karol Woltila al pie del avión dijo que aquella lluvia podría ser un signo: “el cielo cubano llora porque el Papa se va, porque nos está dejando…” “eso sería algo superficial”, aclaró de inmediato. Más bien para quien fue el primer Pontífice en visitar la última nación comunista de América, aquella lluvia pudo significar un “advenimiento”, ese del que hablaba y espera el viejo pescador.

Una persona recibe una hostia durante la misa papal en La Habana (FLB)
 

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