Romeo Langlois, el conflicto armado colombiano y el periodismo

El periodista francés habla con la prensa tras su liberación (AFP)
Romeo Langlois tiene razón. El periodista francés que este miércoles volvió del “más allá”, por dar un nombre al lugar donde las FARC lo tuvo retenido por 32 días, hablaba de la profunda necesidad de no dejar de cubrir “periodísticamente” el conflicto armado colombiano. Primero, porque no ha terminado, y segundo, porque la realidad es engañosa y cambiante.

La Colombia de hoy es sin duda muy distinta a la de hace una década. Esta nación pasó de ser considerado en muchos escenarios un "Estado fallido" a ser un modelo para muchos países golpeados por conflictos armados, luchas sectarias y sociales.

Pero hoy como ayer existen muchas colombias dentro de Colombia, y si bien Bogotá, Medellín, Barranquilla o Cartagena son modelos “urbanísticos” dignos de emular, otras zonas del país como el Caquetá, donde las FARC liberaron a Langlois, siguen sumidas en el abandono y sus pobladores sienten afecto por la guerrilla y a veces funge como “un gobierno paralelo” que las propias autoridades no les garantizan.

Parte de ese olvido se debe al impulso del Gobierno, sobre todo durante la gestión del ahora expresidente Álvaro Uribe, de vender una matriz de opinión de una Colombia ya pacificada, una propaganda que tuvo efectos positivos en todo el mundo. Esto no obstante, fue el mejor recurso de la Casa de Nariño para silenciar y ocultar muchas realidades y escándalos que le afectaba directamente.

Langlois como otros tantos corresponsales extranjeros y periodistas colombianos, saben que el paramilitarismo –las llamadas bandas criminales—aún mantienen su influencia en varios poblados de Colombia. La guerrilla sigue cobrando vacuna e impulsando los desplazamientos forzados, que por cierto se están incrementando. Las desapariciones forzadas no se han acabado, y los pequeños carteles de la droga, como denuncian diversas ONG’s, siguen estando respaldados por políticos locales para lograr su protección. Son los vestigios de la vieja guerra.

Langlois durante una ruenda de prensa en la Embajada de Francia (AFP)
La generación de reporteros que hace una o dos décadas fueron testigos de asesinatos dirigidos contra ellos, de ataques con bombas a sus medios de comunicación, a sus casas o vehículos, y sin duda del estado del miedo reinante en toda Colombia, reconocen que hoy “se comen las maduras”, y que el juego cambió más no terminó.

Si ayer era una bomba en una Iglesia atestada de feligreses hoy es un barrio donde los guerrilleros desmovilizados no logran adaptarse y causan problemas. Si anteayer era la venganza de un influyente narcotraficante contra un político, hoy es el desmantelamiento de una red de alcaldes y gobernadores que colaboraron en el pasado con grupos al margen de la ley, y así, miles de historias que no terminan de cicatrizar mientras otras se van abriendo.

Tras años de relatar aquellos ataques de la era del terror del capo Pablo Escobar en los 90, o tener que narrar in situ los horrores de las matanzas de los paramilitares, la corrupción de los políticos, las familias golpeadas por el secuestro y las guerrillas, muchos periodistas están hoy dedicados a la escritura de libros, a las coordinaciones de medios de comunicación o simplemente alejados del periodismo por necesidad, agotamiento, y como toda guerra que va acabando, las dinámicas cambian junto a los intereses de la industria de la comunicación.

Un grupo de campesinos en el poblado de San Isidro saluda a guerrilleros de las FARC (AP)
A pesar de la expansión, 19 millones de colombianos (casi la mitad del país) siguen viviendo en el umbral de la pobreza. A eso se refería Langlois, a ir a esos lugares donde está esa gente y donde se hace la guerra para continuar concienciando a la opinión pública de que el conflicto armado en muchas zonas remotas nunca se acabó, que sigue vivo.

Por esas críticas no faltará en Colombia quien ahora llame a este periodista “amigo de las FARC”; “aliado del terrorismo”; “comunista”, y quién sabe qué clase de descalificaciones, porque los gobiernos y políticos de ese país se escudan en esa clase de “estrategias” para deslegitimar cualquier invectiva que los ataque.

En sus primeras declaraciones tras ser liberado el miércoles, Langlois justificó su presencia en una zona donde las autoridades cumplían tareas contra el narcotráfico y dijo que también se requiere que los periodistas cubran las noticias proporcionadas por la guerrilla, como él ha hecho en el pasado. Así se debe hacer.

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