La tortura como atracción para las masas


Foto de Mohsen Tavarro (AP)
La tortura como atracción para las masas sigue existiendo. Genera furor, morbo, loas y expectación. Ocurre como cuando Nerón utilizaba cristianos crucificados, a los que prendía fuego después de embadurnarlos de aceite, a modo de antorchas, para iluminar la arena en la noche. O en tiempos de Augusto, cuando los bandidos, como uno llamado Selurus, eran arrojados a una jaula de animales salvajes mientras la gente celebraba.

Las autoridades de Irán llevaron a cabo el jueves, 24 de enero, la orden de amputar los dedos de un ladrón convicto en una plaza pública en la ciudad sureña de Shiraz. El hombre de 29 años de edad, fue condenado por ser parte de una banda de diez miembros que llevaron a cabo diversos robos. Además, lo acusaron de tener relaciones ilícitas, según la versión de la agencia de noticias iraní Mehr.

Las grotescas imágenes del acto, de lo que Irán llama “justicia pública”, fueron distribuidas por la Association Press. El hombre en cuestión fue condenado a la amputación de tres dedos, la confiscación de sus bienes, y a tres años de prisión. El sistema legal de Irán, basado en una concepción rigurosa de la sharia (ley islámica) prevé la amputación de algún miembro por el delito de robo.

Foto de Mohsen Tavarro (AP)
En aquellas imágenes, los espectadores observaban con ansiedad cómo los verdugos preparaban al acusado para recibir su castigo. Vestido con unu traje verde de prisión y los ojos vendados, no se nota forcejeo por parte del acusado. Una cierra eléctrica redonda y opaca está allí, como si nada. Los asistentes sacan sus teléfonos celulares y graban, fotografían, envían las instantáneas de un hecho oprobioso que, sin embargo, es en Irán la ley y lo justo.

Lo dantesco de esta forma de justicia antigua es que sigue siendo eso hoy en día, “justicia”. El espectáculo circense de las ejecuciones por ser homosexual en Irán; por infidelidad entre las parejas; por tráfico de drogas o por el hurto de un bien, no dejan de causar a cualquier occidental sorpresa y repulsión.

Más de 400 personas fueron ejecutadas en esa República Islámica en 2012 y de ellas 55 lo fueron en actos públicos, denunciaba la Oficina de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Foto de Mohsen Tavarro (AP)
El mundo de los juegos romanos y de las ejecuciones en las plazas europeas durante la Inquisición o la Revolución Francesa, que por ejemplo en el caso del primero aparece retratado vívidamente en el libro “Breve Historia de los gladiadores” parece, a primera vista, increíble por su ferocidad.

Como dice en su introducción los autores, “esto no podría pasar ahora”, nos preguntamos. Pero el populacho romano que soltaba risotadas ante personas indefensas siendo desgarrados por animales salvajes, o quemados vivos, en Irán y otras naciones del mundo islámico, no puede descartarse como “antiguo”.
Foto de Mohsen Tavarro (AP)
Las ejecuciones públicas aumentan el carácter inhumano, cruel y degradante de la pena de muerte en muchas naciones y tienen un efecto deshumanizador tanto en las víctimas como en aquellos que las presencian con morbo. La foto de “aquel” hombre vestido de verde a punto de perder los dedos, o de ese otro joven homosexual de 19 años de edad colgado sobre una grúa de dos metros, demuestran que la barbarie está aun institucionalizada y debe repudiarse en lo más profundo de la esencia humana.

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