El fracaso de Venezuela es un buen negocio latinoamericano



La despensa de mi casa es la muestra más evidente de la integración latinoamericana. La mantequilla es de Brasil. La leche líquida de Uruguay. El cereal argentino. Los palmitos de Bolivia. La salsa de tomate colombiana. Los granos vienen de República Dominicana, el café de Nicaragua, y en la nevera hay pollo de Jamaica. 

Por eso es que a la mayoría de los gobiernos de América Latina, aglutinados en la CELAC y la Unasur, les interesa guardar un cauto silencio y lanzarse a abrazar al presidente Nicolás Maduro, ofreciéndole respaldo absoluto a su gestión ante lo que está ocurriendo por estos días en Venezuela. Un comunicado de Uruguay repudiando "los actos violentos que intenten horadar la democracia” habla tímidamente del “respeto a la democracia y libertad de expresión”, pero no critica el bloqueo de un canal de televisión ni de Twitter, o el poder de los grupos paramilitares arropados bajo el manto de "colectivos".


Callar ante lo que ocurrió con el canal de noticias NTN24 o el bloqueo de Twitter es más favorable a los negocios y la unidad de América Latina. Venezuela se ha convertido para Mercosur en el mayor socio comercial importador. Y es que el colapso del sector empresarial, de la producción local para un Estado importador lleno de petrodólares es más favorable a industrias operando y compitiendo.  

La nueva integración latinoamericana se hizo alcahueta entre sí. No aprende de las lecciones del pasado. Es como en décadas atrás, cuando entre dictadores se cubrían las espaldas y por detrás de la puerta se beneficiaban del éxodo de opositores y empresarios que llegaban en busca de salvación y futuro. Los negocios estaban, también, a la orden del día.

Más de 20 mil millones de dólares en negocios mantienen Venezuela y Brasil, donde solo la importación de alimentos a “tierras revolucionarias” ronda los 6.000 millones de dólares. El eje de la ALBA ha oxigenado sus finanzas surtiendo los supermercados venezolanos, públicos y privados, de los productos más absurdos que una nación “rica, grande y libre” como Venezuela debería producir. En efecto, Venezuela no produce e importa 82% de lo que consumen sus 28 millones de habitantes.

Los tímidos reclamos del Secretario General de la OEA, no del bloque entero, sino personalmente de José Miguel Insulza, son un reflejo directo de esa nueva realidad latinoamericana. No debe sorprender esto a nadie. El hecho de que la Celac ni se inmutara en reclamarle a Cuba la ola de represión a opositores durante la cumbre en La Habana, en enero pasado, dice mucho de lo que puede esperarse para Venezuela.

La filantropía bolivariana dedica más de 3.000 millones de dólares en subsidios, donaciones y compras a los países latinoamericanos. A través de Petrocaribe otorga petróleo preferencial a la mayoría de los países del Caribe. Con Mercosur compra a los países más desarrollados comercialmente de ese foro y Colombia le ayuda a mantener el 20% de sus exportaciones directas. En 2013 se importó del vecino país productos por el orden de los 2.244 millones de dólares y en un año electoral al gobierno colombiano no le interesan enfrentamientos con Caracas que afecten a sus productores. 

La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, vivió las manifestaciones sociales más grandes de su gobierno en 2013. Ni tumbó la señal de las televisoras ni frenó el impulso de Internet bloqueando redes sociales. El presidente Juan Manuel Santos fue testigo de un alzamiento del sector campesino el año pasado, y la prensa se mantuvo seria y fuerte sin un atisbo de su Gobierno de querer censurar. Venezuela censuró la información a sus ciudadanos el 12 y 13 de febrero violentando cláusulas básicas de la democracia regional. 

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