70 años sin Hitler


Hitler nació en Austria el 20 de abril de 1889 y murió en Berlín en 1945

Los últimos días de Adolfo Hitler estuvieron cargados de una gloria hipotética, de batallas en las que el Ejército Nazi avanza, vence al enemigo, conquista territorios, obtiene riquezas, ejecuta traidores. Eso era, al menos, lo que pasaba por la mente del Führer a postrimerías de abril de 1945, cuando realmente Alemania agonizaba.

El 30 de abril se cumplieron 70 años de aquel día en que el mayor criminal que conocería la historia hasta ese entonces, cargaba una pistola e ingería una cápsula de cianuro y se quitaba la vida para no ver su cuerpo como trofeo para las tropas aliadas; para no ver como su vasto imperio  crecido a expensas de odio, sangre y una asombrosa arquitectura de la maldad, no cumplió su objetivo de perdurar mil años. Sobre todo, por verse derrotado, por miedo.

La cualidad más sobresaliente de Hitler fue su cierta vehemencia oratoria, pero supo aglutinar en torno a su delirante proyecto el sentimiento de humillación generalizado que dejó en los alemanes la derrota de la Primera Guerra Mundial y el subsecuente Tratado de Versalles, donde, como potencia agresora, el país quedó en quiebra y humillado a costear indemnizaciones, lo que dio argumentos al futuro dictador para construir a partir de 1933 hasta 1945, el capítulo más oscuro de la historia de la humanidad. Aún nadie lo supera.   

El carácter político del futuro líder nazi se forjará en medio de una austeridad económica rayana de pobreza, “adobaba con un anticapitalismo difuso, un nacionalismo racista y un odio irracional a marxistas o judíos” a quienes emparejaba con frecuencia, contará el historiador español Fernando García de Cortázar. Examinando su persona, una de las pocas cualidades de Hitler fue su oratoria y el uso que hizo de esta para sus conquistas. 

Sobre este detalle, el también historiador José Álvarez Junco advierte de la mezquindad de decir que todo fue culpa de Hitler, y su afirmación es realista. “Hubo colaboradores, fuerzas sociales que le apoyaron, estructuras de poder que se pusieron a su servicio. Pero él fue crucial, su personalidad fue clave en el asunto”. Como resumió el escritor Ian Kershawm, uno de los mayores biógrafos del führer, cita Álvarez, Hitler no fue la “causa primordial del ataque nazi a las raíces de la civilización”, pero sí su “agente principal”.

Por eso, a posteriori de su muerte, en este llamado “siglo moderno de luces y sombras”, Adolfo Hitler tiene “hijos políticos” que emulan sus formas de gobernar, manipular y envilecer a la sociedad. Ese es su más terrorífico legado a estas alturas. Que en la Francia ocupada por los nazis en su pasado exista hoy un partido con mensajes xenófobos e islamofóbicos de partidos como el Frente Nacional, o que en Suecia, Dinamarca o Alemania, pequeños, pero bien organizados grupos de jóvenes “neonazis” boicoteen actos públicos o agredan a ciudadanos comunes resulta, más que preocupante, lastimero y un reflejo de Hitler aún vive.

Hitler no fue el primer gran criminal y dictador del siglo veinte, y tampoco el autor del primer genocidio de la época, pero su accionar sobrepasó estos límites. El primer trofeo se lo llevó Joseph Stalin, con un sangriento régimen en la Unión Soviética, que al impulsar las purgas al interior del Partido Comunista, logró crear a sus espaldas un sistema cuya represión y totalitarismo sería la fórmula de sus líderes para gobernar hasta la caída definitiva del campo socialista en 1991.

Adolfo Hitler hizo gala de los cuadros que exactaran su poder
Los armenios, por su parte, fueron víctimas del primer gran genocidio del siglo veinte por parte del Imperio Turco Otomano, cuyo heredero, Turquía, rechaza esta catalogación y niega la responsabilidad por la muerte de un millón de armenios. Estas medidas pudieron haber inspirado a Hitler para deshacerse de los judíos a quienes consideraba responsable de todos los males, una carga que terminó resolviendo con la llamada “solución final a la cuestión judía”.

Perfectamente lo explica Hannah Arendt, para quien “la orden de exterminio de todos los judíos, no solo los rusos y los polacos, dada por Hitler, aún cuando fue promulgada más tarde, tuvo sus orígenes en época muy anterior… no nació de la burocracia nazi ni de alguna oficina a cargo de Heydrich o Himmler, sino en la mismísima Cancillería del Führer, en la oficina personal de Hitler”.

Que se cumplan 70 años de la muerte de su muerte da para muchas interpretaciones de la historia. Hay quienes tienen una obsesiva compunción por su vida y todo lo que hizo, otros, simplemente prefieren no recordarlo para así enterrar su imagen como líder para un grupúsculo que aún lo admira.

Lo que hizo Hitler sigue sobrecogiendo a víctimas de las guerras, de la persecución política, de la segregación racial o social, a quienes han sido víctimas de la represión y torturas, a los judíos que sufrieron un Holocausto y ahora ven secuelas de ese antisemitismo nazi en las calles de París o Londres.

Lo importante continúa siendo que la perversidad “irracional” con la que el Führer conquistó Europa y millones de conciencias no vuelva a elevarse como forma de Estado y poder en cualquier parte del mundo, y que ningún líder populista y demagógico se venda como la única gran solución porque su conquista puede ser demasiado peligrosa.

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