Barack Obama en Cuba, obligado a decir verdades




El presidente Barack Obama en  la Oficina Oval (Pete Souza/WH)


 El presidente Barack Obama visitará Cuba el 21 y 22 de marzo. Es un acontecimiento más que histórico. Los detalles de esa gira, la primera de un Jefe de Estado estadounidense en 88 años, serán anotados de una manera compulsiva, pero lo que deberá trascender es su llamado a la “libertad y democracia” frente a los propios cubanos, viendo así reivindicada la lucha de miles que desean acabar con la opresión.   

La maltrecha relación entre La Habana y Washington desde el triunfo de la Revolución Cubana, en 1959, supuso una política de hostigamiento por parte de la Casa Blanca para lograr derrocar el régimen comunista de la isla. En esto fracasó. 


Esa batalla, política, militar y económica, se ha prolongado por más de 50 años hasta que Obama, endiciembre de 2014, se propuso un cambio de estrategia y logró un acercamiento histórico que el presidente cubano, Raúl Castro, aceptó, sin desconocer que el objetivo de fondo de los estadounidenses continúa siendo llevar democracia a la isla. 

Castro dejará la presidencia en 2018, según asegura, pero la transición entre una poderosa casta de líderes comunistas, preocupados de que su poder se vea erosionado con el acercamiento a Washington, está definida desde hace un tiempo y queda solo fijar ministerios y despachos. Eso es lo que puede cambiar a mediano plazo.   

Raúl Castro y Obama se dan la mano tras reunirse en la Cumbre de las Américas (WH)

Cuando el papa Juan Pablo II visitó Cuba en 1998, el entonces presidente Fidel Castro, flexibilizó alguna de sus posturas más ortodoxas o totalitarias, como permitir celebrar la navidad. Con el pasar de los años, y Raúl en el poder desde 2008, el país ha vivido tímidas reformas; no obstante, la de Cuba sigue siendo una dictadura que mantiene oprimido a un pueblo de 11 millones de habitantes que prefieren lanzarse al mar, ser devorado por tiburones, antes de seguir allí. 

Obama en Cuba supondrá una oportunidad para pedirle públicamente a Raúl Castro y a todo su acolitado que abran paso a la transición democrática, con elecciones libres que permitan determinar si los ciudadanos quieren ese modelo o de qué manera. Esto no será inmediato, pero es una semilla que germinará a corto plazo. Así, el mensaje tendrá eco en una región donde gobernantes como los de Venezuela, Nicaragua o Bolivia, calcan la forma de hacer política a “la cubana” buscando la perpetuidad en el poder.

No hablar con contundencia, como sí lo hizo en 1987 el presidente estadounidense, Ronald Reagan, cuando en una visita a la Alemania Occidental le reclamó frente al Muro de Berlín, al entonces máximo líder de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov que “derribe ese muro”, en alusión al régimen comunista imperante, sería una legitimación directa del autoritarismo regional. Sería decepcionante.

Reagan frente al Muro de Berlín (Archivo)

Desde el deshielo entre Cuba y Estados Unidos, ninguno de los jefes de Estado o líderes internacionales que llegaron a La Habana se atrevieron a reunirse con opositores o asomar la palabra “democracia” en público. No lo hizo el presidente francés, FrancoisHollande, el primer líder europeo en reunirse con Castro en 2015, mucho menos el premier italiano Mateo Renzi. Ni esperarlo de los mandatarios latinoamericanos. Obama tiene la autoridad para hacerlo.
 
Raúl Castro y el presidente francés, Francois Hollande (AFP)
La forma como el régimen digiera la visita de Obama es importante. En cada acontecimiento significativo, como los dos últimos viajes papales o a visita de líderes mundiales, la Seguridad del Estado cubano se ha encargado de encarcelar a opositores, realizar redadas, detenciones de corto tiempo, censurar transmisiones o “purificar los contenidos” de los discursos para evitar “distorsiones” en la opinión pública.

Estados Unidos debería exigir transparencia en lo que se refiere a la visita, que cada palabra que diga Obama sea transmitida.  Más importante aún, que un eventual encuentro con la disidencia no sea interrumpido por la policía política. Un baño de masas en un punto simbólico de La Habana sería epicentro clave.

En manos del Congreso deEstados Unidos está el levantamiento del embargo económico que pesa sobre Cuba, y que por cinco décadas sirvió como caldo de cultivo para justificar la opresión y las decisiones arbitrarias de los Castro. Para los legisladores estadounidenses ya es hora de enterrar  una política que se demostró no funciona para obligar cambiar de régimen en La Habana. El enfoque de “acercamiento directo” luce más efectivo y vale la pena atreverse.

Conforme Estados Unidos quiere mejorar su relación con Latinoamérica a través de Cuba y acabar con el viejo discurso del embargo, la Casa Blanca juega a consolidar una estrategia que debilite el discurso antiestadounidense que tanto impulsó La Habana y que Venezuela, con Hugo Chávez en el poder, se encargó de propulsar en la última década. Catalizada esta situación, no queda más que sentarse a ver como de forma ridícula los líderes políticos se bañan con aguas del pasado.
Congreso de Estados Unidos (AP)
El deshielo entre ambos gobiernos fue manejado bajo el más estricto secreto. Fue, como hace 40 años, cuando Richard  Nixon, tras meses de negociaciones secretas con la China comunista de Mao Zedong, realizó la primera visita de un inquilino de la Casa Blanca a esta nación asiática en tiempos de la Guerra Fría. Hoy Washington y Pekín mantiene una relación de iguales signada por rivalidades clásicas de potencias mundiales. Si se mantiene una relación armoniosa con otros regímenes, porqué hoy no con Cuba.

La transformación de Cuba en una nación democrática tardará mucho tiempo, sencillamente porque los cubanos deben ensayar lo que significa vivir en este sistema, construir la “sociedad civil”. Eso, ya desde adentro, es lo que busca Estados Unidos. El régimen se ha encargado de aplastar cualquier señal de “contrarrevolución”; no existe una oposición realmente articulada que pueda encargarse de la transición, al menos desde las bases de un partido político independiente. Sin líderes reales, el asunto será peliagudo.

Pero ese avance, el de permitir partidos opositores, como en la comunista Myanmar, puede darle a Raúl Castro un espacio más digno en la historia. Valdría la pena empezar a imaginar esta transformación a medida que la isla oxigena sus finanzas y ve como el mundo se abre ante ella como una vez pidió el papa Juan Pablo II. 

Si Estados Unidos está dando pasos concretos, como relajar o revocar sanciones, Cuba debe hacer lo mismo desde diversos frentes. Desde  una adaptación de su marco jurídico y económico para facilitar inversiones que ayuden a sus ciudadanos y al país, (solo en enero de 2016 se autorizaron licenciadas para inversiones por 300 millones de dólares) a ir abriendo espacios que permitan a los cubanos integrarse entre sí rompiendo las barreras del estado policiaco en el que viven.

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