Lo que puede cambiar sin Dilma en Mercosur



La salida del poder de Dilma Roussef tiene angustiado al Gobierno del presidente venezolano Nicolás Maduro, conforme el giro ideológico al que se acerca Suramérica este año amenaza con elevar la presión de los organismos regionales para que se respeten normas democráticas que Caracas ha estado ignorando.

Con Luis Inacio Lula da Silva en la presidencia de Brasil, y posteriormente su sucesora Dilma Roussef alineados al chavismo, Venezuela quedó blindada de cualquier estrategia que significara un reclamo formal, o, al menos serio, por violaciones sistemáticas a normas básicas de la democracia. La Unasur y sin duda la Celac, surgieron como foros regionales donde  la autocrítica estuvo relegada hacia Caracas.

Brasil, dígase su Gobierno bajo mandato del Partido de los Trabajadores (PT), ofreció respaldo ideológico y político a Venezuela a sabiendas de que la autocracia que se erigía en torno a Hugo Chávez estaba llevando al país a la debacle económica, además de condenarla a una dictadura de estilo caribeño con petróleo como herramienta de pago.

Lula coordinó directamentelas asesorías de propaganda para la reelección de Chávez en 2012, y tras la muerte del presidente, sus estrategas electorales, de la mano de Joao Santana, asistieron a Nicolás Maduro para lograr su victoria en abril de 2013. Maximilien Sánchez Arbeláez, otrora embajador de Venezuela en Brasil, y luego Encargado de Negocio en EEUU, fungió como “misionero” para moldear la relación política y diplomática a favor de la causa bolivariana en Brasil.

Con 6.500 millones de dólares en importaciones anuales centradas en compras de alimentos y contratos para la construcción de obras arquitectónicas, Brasil aprovechó la bonanza petrolera venezolana para beneficiar a un conjunto de sus empresas, entre ellas Petrobras y la constructora privada Odebrecht.

La inquietud de Maduro y la Cancillería venezolana es que el bloque de Mercosur puede quedar desprotegido del blindaje ideológico que dio Brasil, y de esta forma la oposición venezolana, que controla la Asamblea Nacional, logre que el quinteto regional active la Cláusula Democrática del Protocolo de Ushuaia, terminando por desconocer la “legitimidad” del “Gobierno Bolivariano” en funciones.

Para activar la Cláusula Democrática del Mercosur es necesario un consenso general de todos sus miembros, dígase Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, siendo Venezuela el punto central en discusión. Una transición en Brasil en los próximos meses bajo la órbita antichavista o “antiDilma”, serviría de combustión para que el bloque active el Protocolo.

La oposición venezolana mantiene estrecha relación con el Senado brasileño, quien tendrá la última voz en lo que se refiere al juicio político contra la presidenta Dilma. En este caso, la firmeza con la que el Partido de la Social Democracia de Brasil, máximo enemigo del Gobierno del PT, se ha mostrado crítico al chavismo en Venezuela evidencia que el giro es cercano.

Por esta razón, la oposición venezolana envió a varios de sus legisladores en marzo para presentarles un esbozo de la realidad nacional y ganar el respaldo del Senado en un eventual juego de fuerzas de cara a la solicitud de revocatorio contra Maduro este año.

El mayor problema es la millonaria deuda que mantiene Venezuela con Brasil y que la oposición ha dicho debe revisarse con minuciosidad. Empresarios e incluso congresistas temen que un cambio de régimen en Caracas perjudique los contratos firmados.  

Con Horacio Cartes como presidente de Paraguay, relegado en su momento por el poder de Brasil tras la destitución de Fernando Lugo; Mauricio Macri en Argentina, confeso crítico del Gobierno venezolano y Uruguay, con Tabaré Vásquez apegado a un pragmatismo que varía sobre la realidad, la transformación ideológica de Mercosur luce contundente.

El escenario de cambios que vivirá la región este año es tan histórico como lo fue el ascenso de la izquierda al poder hace una década. A medida que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se propuso un acercamiento con Cuba, su estrategia consumó el entierro de los discursos ideológicos de “buenos y malos”, la derecha o la izquierda, “los yanquis y los enemigos”.

Desde ahora existe la convicción que puede haber, ciertamente,  países gobernados por la izquierda o socialistas, pero que debe respetarse la democracia y esto se traduce en debate político, libertades económicas y libertad de expresión. Hugo Chávez y Nicolás Maduro, no entendieron esto. 

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