Lo que hacen los gobiernos para legitimar sus tiranías


A medida que las opciones se agotan para mantenerse, en las autocracias sus líderes jugarán a una suerte de carrera por el miedo sobre sus ciudadanos para atornillarse.


El poder y la maldad tienen un pacto sagrado de mutuo entendimiento. Cuando uno necesita del otro, sin ambages, nace una fuerza destructiva tal, que la razón se pierde al grado de emular aquella premisa de Maquiavelo “el fin justifica los medios”.

Adolf Hitler necesitaba un pretexto para acentuar su poder en Alemania, a partir de 1933, con la idea de edificar la dictadura a semejanza de sus ideales. Como él, en el pasado, el emperador Nerón, en Roma, ordenó incendiar la ciudad para justificar la represión contra los cristianos. Así, entonces, la política hace lo más absurdo para dar razón a sus acciones.

Sin esclarecer hasta el momento lo ocurrido en Venezuela con un helicóptero policial que atacó las sedes del Ministerio del Interior y la Palacio de Justicia, la maniobra catalogada por el Gobierno de Nicolás Maduro como un “acto terrorista” luce hasta ahora más como una iniciativa del chavismo que de un puñado de oficiales descontentos, para justificar sus medidas, y, así, mostrarse ante el mundo como mártires de la “ultraderecha” y seguir adelante con su política.


Maduro y el chavismo radical reconocen al interior que el poder, al menos popularmente, lo perdieron. Pero necesitan justificar la represión de los últimos meses --entre torturas, arrestos políticos y ataques--, con hechos que demuestren que sus medidas responden a una amenaza real.


El incendio del 27 defebrero de 1933 que destruyó el Reichstag, el parlamento alemán, significó el inicio de la era de terror de Hitler, quien culpó a los comunistas del ataque, y en respuesta solicitó leyes especiales declarando un estado de emergencia que en realidad apuntaba a debilitar a sus oponentes.  


Posterior a aquel fuego, orquestado en realidad por el jerarca nazi, se institucionalizó prácticamente el nacionalsocialismo, y con el poder legal derivado tras el ataque, el eventual dictador aniquiló las libertades de asociación, prensa, y todo lo que sustenta a una democracia. Cualquier desviación podía ser vista como traición a la patria, cuyo castigo máximo era la pena de muerte.

No será la primera vez que los venezolanos asisten a una suerte de teoría conspirativa donde el Gobierno busca justificar sus medidas para apalancar el socialismo.

La nacionalización de empresas privadas, a expensas de la especulación, o leyes especiales conferidas por el Parlamento al presidente Hugo Chávez para gobernar, muestran que consumar el caos ha sido la manera más idónea del chavismo para atornillarse en el poder.

Ahora en nombre de un supuesto desacato al Poder Judicial por parte de la Asamblea Nacional, Maduro impulsa un golpe de Estado continuo con el objetivo de cerrar el Parlamento, en manos de la oposición. Argumento que vence cualquier lógica en la política.

Alberto Fujimori, utilizó el autogolpe de Estado del 5 de abril de 1992, para disolver el Parlamento, hacerse de la Fiscalía y de esta forma tomar el control, casi absoluto de Perú. El argumento de “irrespeto” y falta de colaboración de sus adversarios le sirvió de argumento para aquel esperpento.
Alberto Fujimori en 1992
Los turcos asisten atónitos a la expansión de poder del presidente Recep Tayyip Erdogan, quien tras el intento de golpe de Estado en su contra, en julio de 2016, inició una purga llevando a la cárcel, hasta ahora, a 2700 oficiales de las fuerzas armadas, casi 3000 jueces y unos 50 mil funcionarios públicos por supuesta connivencia con los golpistas.

Conociera o no Erdogan los planes en su contra aquella noche de julio, el político ultraconservador, en un año, ha tomado el control absoluto de Turquía y al facultarse para aislar a sus oponentes con leyes especiales, el golpe de Estado fue prácticamente el empujón necesario para su proyecto hegemónico.

A medida que las opciones se agotan para mantenerse, en las autocracias sus líderes jugarán a una suerte de carrera por el miedo sobre sus ciudadanos para atornillarse. Lo inverosímil se hace realidad y no les importa las consecuencias. El peligro radica en los límites de lo absurdo por aquello de “el fin justifica los medios”.


(*) Retrato de Adolf Hitler por Slimensay (Stars Portraits)

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