Cómo el hambre se transforma en fuente de poder




Una familia venezolana. Fotografía de Meridith Kohut para The New York Times 

El hambre muchas veces es una oscura estrategia de poder: para mantenerlo, reprimir, engañar, y, conforme se consolida la miseria, para endiosar a sus promotores. Algunos los verán como bárbaros, otros, al final, menesterosos, como salvadores por apaciguar la falta de alimentos repartiendo algo que comer.

De esa forma se erige un macabro juego entre quienes ostentan el poder cuyo objetivo último es negar lo que ocurre, culpar a otros (el enemigo) y mostrar una falsa preocupación, porque también el hambre es un negocio que refuerza el fin último: mantenerse gobernando. 

En la Unión Soviética Iosef Stalin sabía que la hambruna desatada en Ucrania era producto de su política de colectivización tras el hecho de que los campesinos, expropiados de sus bienes, granos y cereales, se vieron arruinados y fue imposible dotar al país de alimentos. El “Holodomor”  --hambruna en ucraniano-- mató a millón y medio de personas, y hasta la caída de la URSS, en 1991, los comunistas culparon a la sequía y los campesinos de acaparamiento y boicot en pro del hambre.

Si en la década de 1930, Stalin mató a Ucrania de hambre buscando destruir a los kulaks (ricos campesinos) y reforzar el poder totalitario, la de Corea del Norte a principios de los años noventa, fue consecuencia de los errores del mismo sistema, y en el peor de los escenarios, la reacción del régimen de Pyongyang fue negarlo todo hasta que fuera imposible ocultar lo que ocurría.

Lejos aún de una hambruna en el sentido real del término, en Venezuela miles de personas están padeciendo una severa desnutrición persistente producto de la crisis económica, y a medida que el Gobierno rechace cambiar su modelo, y desista de  recibir ayuda humanitaria para enfrentar el problema, las enfermedades más simples comenzarán a matar lentamente, como ya ocurrió en otras latitudes.

Con una inflación voraz de hasta 2000% para finales de 2017, los venezolanos pasaron de anaqueles repletos de productos importados bajo subsidio estatal, a largas colas diarias para conseguir alimentos básicos como leche, huevos o carne, conforme el país ha perdido millones de dólares por la baja del precio del petróleo y los efectos del cáncer de la corrupción que hicieron metástasis.

Maduro ha rechazado abrir un canal humanitario para recibir comida (Miraflores)
El gobierno del presidente Nicolás Maduro sabe que muchas personas están muriendo por las consecuencias del hambre, sobre todo ancianos y niños de familias muy pobres cuyos padres no tienen capacidad ni de alimentarse ellos mismos. Agonizar por una gripe, un cuadro diarréico será cada vez más común en un país cuyo régimen se ufana de tener grandes riquezas petroleras.

Sin cifras oficiales sobre mortandad por hambre o consecuencia de ésta en Venezuela, los testimonios están en los hospitales y funerarias, mientras en casi todo el país al menos un venezolano ya conoce alguien que no puede alimentarse tres veces al día, o, al menos, con los nutrientes necesarios.

China vivió una crisis similar cuando la política del “Gran Santo Adelante” de Mao Zedong trajo como consecuencia una hambruna que mató a un promedio de veinte millones de personas, según los cálculos oficiales.

La política de colectivización emprendida entre 1958 y 1961 por Mao, sumado a los desastre naturales de esa época, ocasionaron que la escases de alimentos se sintiera en gran parte del país, a pesar de que se contaba con la producción necesaria para evitar la inanición.

En un país encriptado como la China maoísta de la época, el régimen prefirió concentrar la producción de granos para pagar la deuda y exportar, a medida que millones de campesinos iban muriendo en los propios silos.  En muchos casos el hambre se usó como recurso represivo por negarse a seguir los dictados de Mao.

Hoy Corea del Norte está en su segunda década de escasez crónica de alimentos. La hambruna que comenzó a partir de 1990 mató a hasta un millón de norcoreanos o cerca del cinco por ciento de la población, según un informe del Comité de Estados Unidos para los Derechos Humanos en ese país asiático.

El régimen de los Kim afirmaba que la hambruna se debía principalmente a los desastres naturales –inundaciones y sequía-- y al shock externo asociado al comercio ruso y chino, tras la disolución de la Unión Soviética, pero en realidad la disminución en la producción de alimentos y su pésima distribución fueron visible años antes de las inundaciones de 1995, que agudizó la crisis.

Esta exculpación es engañosa sabiendo que el gobierno norcoreano tardó en reconocer el alcance del problema y tomar los pasos necesarios para garantizar suministros de alimentos adecuados. Y es que a medida que el hambre se propagaba, el régimen comunista afianzó su gasto militar a favor de la carrera armamentista.

“Al mantener el nivel de importaciones comerciales de alimentos o buscando agresivamente ayuda humanitaria, Corea del Norte podría haber evitado la hambruna por lo que la escasez actual continúa existiendo”, advirtieron los autores del informe.

El hambre es una sensación espantosa, rara, dolorosa, y se define simplemente como la falta de alimentos. Se habla de hambruna luego de cumplirse tres principios: uno de cada cinco hogares en un área determinada enfrenta una escasez extrema de alimentos; más del 30% de la población padece desnutrición aguda; y al menos dos personas por cada 10,000 mueren cada día, según los estándares de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).


El Informe Global sobreCrisis Alimentaria de 2017 reveló que a nivel mundial, unas 108 millones de personas en 2016 estuvieron en un cuadro de hambruna. Esto representa un aumento drástico en comparación con 2015 cuando la cifra era casi 80 millones. Las  causas siguen siendo las mismas del pasado: los conflictos, precios récord de alimentos y el cambio climático.

La alarmante muerte de recién nacidos, la emaciación evidente en muchos hombres y mujeres venezolanas, es una muestra de la grave crisis alimentaria que está en gestación en Venezuela bajo el silencio del propio gobierno. El rechazo a la ayuda externa para apalear el problema agudizará la situación, y puede interpretarse como un asesinato intencional ante la justicia, advierten juristas.

Comparar la crisis venezolana con las hambrunas en Somalia, Sudán del Sur o Yemen es una extrapolación injusta a la realidad africana. Pero el peligro de esta situación en Venezuela es el futuro de miles de niños que incluso si sobreviven, probablemente tendrán discapacidades del desarrollo por mala alimentación.

A esto se suman centenares de adultos padeciendo enfermedades por la falta de una ingesta calórica adecuada. En menos de un lustro esta realidad habrá hecho reducir la población en Venezuela por dos razones, la migración forzada frente a la crisis y la baja tasa de natalidad. De alguna forma todo luce como una economía de guerra, sobreviviendo unos pocos, muriendo otros.

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