Jerusalén en su eterna encrucijada

Vista aérea de Jerusalén (FLB)

Cualquier circunstancia, por pequeña que sea, es dinamita en Medio Oriente, y más en concreto en el conflicto entre árabes e israelíes. Pero ensayar otra realidad al reconocer Jerusalén como la capital indiscutible de Israel más que una provocación, es una paso histórico y puede que una nueva estrategia por parte de Estados Unidos.

En donde sí tendrá un efecto negativo, y nadie deja de coincidir, será en la figura y gobierno del presidente palestino, Mahmouh Abbas, cuya gestión ha perdido legitimidad entre su pueblo, y este último paso desde la Casa Blanca puede arrastrarlo a escoger una línea dura para frenar el avance de los islamitas radicales de Hamas, que controlan Gaza desde hace una década.

A decir verdad, la decisión del presidente Donald Trump de trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén y reconocerla como capital del Estado judío, no debería cambiar en nada el peso del conflicto por dos razones: no es la única gran potencia mundial que lo ha hecho (Rusia reconoció a Jerusalén como capital de Israel este año), y gran parte de la comunidad internacional sigue apostando por el status quo sobre esta ciudad, con lo que técnicamente nada ha cambiado.

Lo que ocurre sobre Jerusalén en estos momentos,  y la tensión en torno al reconocimiento estadounidense no es más que otro argumento para mantener vivo el conflicto. Los árabes se negaron en 1947 a aceptar una resolución de la comunidad internacional que dividía Palestina en dos territorios para el nacimiento de dos estados, uno palestino y otro judío, por lo que han sido ellos los grandes responsables de esta guerra histórica.




El consenso de la comunidad internacional sobre Jerusalén demuestra que este tampoco ha funcionado para alcanzar o mantener la paz en la zona. Y en el centro de la realidad, la medida de Trump fue simbólica y debería alentar, más bien, a los países árabes, a madurar sus posiciones y dejar de lados los radicalismo reconociendo la existencia de Israel como un Estado.

El simple hecho de que no se acepte la “existencia” de una nación por parte de sus vecinos, pero sí por la gran mayoría de países del mundo, evidencia el grado de complejidad y supervivencia al que tienen que enfrentarse los israelíes a diarios, razón por la que son la democracia más sólida y estable de Medio Oriente.

En su discurso, Trump no habló de determinar el estado o los límites finales de Jerusalén, por lo que tales decisiones deben tomarse a través de negociaciones directas entre israelíes, palestinos y árabes (incluido Jordania, cuyo papel respecto de los lugares sagrados fue reconocido como parte de su tratado de paz con Israel).


 En 1995 el Congreso de Estados Unidos aprobó una ley que reconocía a Jerusalén como sede de su embajada en Israel, pero al calor de los Acuerdos de Oslo, firmados en 1993, la decisión fue pospuesta. En lo técnico, el presidente Trump no hizo nada nuevo, pero si cambiar por completo el enfoque tradicional de la Casa Blanca hacia este conflicto.

Con Trump en la Casa Blanca, la política exterior estadounidense ha dado un giro radical. No solo apuesta al proteccionismo más extremo, bajo el manto nacionalista, sino que lentamente el mundo asiste a un cambio del rol que ha jugado históricamente los Estados Unidos en los últimos cien años.   

Frente a este escenario una vuelta a la lucha armada -por Al Fatah (el partido del presidente palestino Mahmouh Abbas), Hamas u otros grupos- sería un desastre para los palestinos. Incluso aparte del revés diplomático y la pérdida potencial de la vida , una lucha armada podría conducir a algo peor como se ha visto en el pasado.

El presidente palestino, Mahmoud Abbas
Es el debilitamiento político de Abbas lo que levanta más preocupación, donde nadie deja de coincidir, ni los más apegados al rol conservador de la Casa Blanca, que la medida causará un daño potencial al frágil gobierno del presidente palestino.

“Incluso si no sucede lo peor, el anuncio de EEUU dejará tras de sí una Autoridad Palestina debilitada, una situación de seguridad volátil y un proceso de paz hecho jirones antes de que pueda comenzar”, como advertía Ghaith al Omari, un experto del Washington Institute, quien fuera director ejecutivo de la Fuerza de Tarea Estadounidense para Palestina. 

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