Lo que enseñan los "narcosobrinos"

Una pintura del juicio muestra un retrato de los acusados
La noción de poder absoluto causa la sensación de que la impunidad es un derecho adquirido. Que sobre esa capacidad de hacerlo todo sin límites, con pocos escrúpulos, se es inmune a cualquier factor. El poder, edulcorado con avaricia, termina como una mezcla mortífera, un reflejo de lo ocurrido con los sobrinos de la primera dama venezolana, los “narcosobrinos”.

La sentencia en Estados Unidos a 18 años de prisión a Efraín Campos Flores y Francisco Flores de Freitas, sobrinos del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, por conspirar para el tráfico de drogas, dejó un sabor amargo entre muchos venezolanos que esperaban una condena más extensa, e incluso la cadena perpetua. Pero el mensaje fue claro, la justicia se impone al poder, está allí atenta y espera.

Desde ahora, ambos buscarán beneficios judiciales para reducir la condena, y para esto, sino ocurrió previo a la sentencia, con lo único que contarán es con información clave que puedan entregar sobre quiénes dentro del Gobierno (militares, políticos) están salpicados con el narcotráfico.

La anarquía en la que está atrapada Venezuela convirtió a los narcosobrinos en víctimas de su propio poder. La defensa durante el juicio los trató ante la parte acusadora como “jóvenes estúpidos”, “tontos” que se atrevieron a jugar con drogas para ganar más de lo que tenían y acumular una riqueza que los encumbrara dentro del círculo vicioso y corrupto en el que permanecían.

Cilia Flores y el presidente Nicolás Maduro 
Pero este argumento es falso. Los jóvenes narcotraficantes sabían perfectamente los riesgos a los que estaban asomados, el asunto es que el exceso de poder al que se acostumbraron desde que Maduro llegó a la presidencia de Venezuela, les hizo imaginar que tenían una carta blanca para delinquir en cualquier escenario, fuera dentro de la corrupción voraz en la administración pública, o las ligas mayores del narcotráfico internacional.

Lo peligroso del caso, y es lo que ya poco sorprende, fue el grado de complicidad entre quienes ostentan el poder para ocultar que nada menos que los sobrinos del Presidente de un país, a expensas de sus contactos políticos, documentación oficial, dinero público, orquestaron una trama de tráfico de drogas y la autoridad para ellos más que una barrera era un medio para delinquir.

La lógica de esto es que en el pensamiento de muchos que conocen las fechorías de otros, hay acontecimientos que son a la vez verdaderos y falsos, sabidos y desconocidos, pero que tarde o temprano, cuando sean útiles para la causa común deben dejarse caer para mantener la unidad. Aquí por lo visto, los narcosobrinos actuaban a libre albedrío y pocos sabían lo que manejaban de fondo.

Los venezolanos son conscientes de que la corrupción y la impunidad ya lucen incontrolables y es un estandarte de la forma de gobernar del chavismo, y si antes este flagelo era disimulado, hoy no existe tapadura. En el peor de los casos, sienten que la pérdida de valores morales y sociales serán los más difíciles de recuperar en los próximos años, más que un puñado de dinero.

La encuesta del Barómetro Global de la Corrupción de Transparencia Internacional, arrojaba el año pasado que más de seis de cada diez personas que viven en América Latina y el Caribe creen que el nivel de corrupción aumentó (62%), pero los venezolanos fueron los primeros en sentir que en su país llegó a un nivel sin límites (87%).

En Venezuela quieren ver que los corruptos paguen sanción por sus delitos. Que los responsables de la quiebra del país respondan ante la ley, aunque sea foránea en vista de la falta de justicia que impera. En una nación que ha perdido el respeto a la autoridad, la condena a los sobrinos de la familia presidencial es un mensaje rotundo: tarde o temprano, cada quien responderá por lo que hizo.

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