¿Y si los militares venezolanos dicen “no”?


FANB al servicio de los Narcos” Imagen por Francis López Ballesteros


Para un grueso de la sociedad venezolana, si no toda, asistimos a las horas finales del chavismo. O al menos del gobierno de Nicolás Maduro, arropado con los vestigios de lo que un día fue un movimiento político irreductible en Venezuela.

A Maduro aún le acompañan unos pocos de seguidores manipulados (es la única explicación que hallo); un acolitado de ministros temerosos, y, sin duda, un puñado de militares que retienen el mando de las Fuerzas Armadas en custodia, más que de la soberanía, de cuotas de poder económico y político.  

A un mes de la irrupción de Juan Guaidó como figura estelar en el atribulado panorama de liderazgo opositor, su proclamación como Presidente Encargado de Venezuela generó un efecto esperanzador, y consumado el aislamiento del dictador, el discurso de rehacer el país ha calado entre millones de venezolanos.

Pero si Guaidó y sus asesores ponderaron que Maduro dejaría el poder apenas Estados Unidos y un puñado de naciones desconocieran su legitimidad y secundaban al joven político, la estrategia fue ingenua.

En el peor de los escenarios, el colapso económico también favorece el discurso del dictador, y si bien alarga el malestar social, los militares se hacen más leales para preservar su espacio. Como ocurre en Myanmar donde una junta militar gobierna el país desde hace 30 años.  Tan aislados en el exterior, tan cohesionados adentro.

Maduro apela al nacionalismo por interés, con “una sed mitigada con autoengaño”, como detalló una vez el escritor inglés George Oswell a los nacionalistas. Esa capacidad solo puede hoy ser sostenida gracias al respaldo de una cúpula de las Fuerzas Armadas cuyos intereses están amenazados y es lo que Guaidó no puede garantizarles en lo que respeta al concepto del poder. No se trata para ellos de volver a “respetar la Constitución”, sino como ésta se aplicará a sus intereses.

En estos veinte años de chavismo un importante sector militar ha vivido eclipsado por el poder. Controla hoy más del 70% de la economía de Venezuela ejerciendo y administrando las principales industrias. Sin duda, el control del aparato represivo también quedó en su órbita.

Aprendieron –los militares-- que la simbiosis Gobierno y Fuerzas Armadas era fundamental para beneficio mutuo en lo que se refiere al protagonismo, y en el peor de los casos, en la construcción de un Estado socialista sin libertades. Al fin de cuentas, la lógica militar es la subordinación a la autoridad sin cuestionamientos.

Un grueso de oficiales de las Fuerza Armadas han sido educados bajo la óptica del “antiimperialismo” estadounidense. Esa matriz, incubada desde las escuelas de La Habana, es ahora el argumento idóneo con el que Maduro le habla a los uniformados en los cuarteles, a los mandos medios y altos: “el asunto no es mi supervivencia, “sino el legado del Comandante Eterno”. Pero, además, su futuro.

Al interior de las Fuerzas Armadas el control y el espionaje es cada vez más férreo, por lo que promover una  insurrección es una tarea compleja. Se trata entonces de convencer a los militares de que su vuelta a los cuarteles no significará un ajuste de cuentas, sino una recomposición de poder donde ellos son vitales.

Es allí donde el liderazgo de Guaidó luce esencial en su promesa de promover amnistías para los que estén al margen de la ley. Se trata, sobre todo, de generar confianza, un quiebre, porque el miedo para muchos oficiales es que todo se pierda.

Chávez repotenció a las fuerzas militares. Las dotó de una nueva doctrina. Les ofreció tribuna política, beneficios económicos y dádivas con las que ahora muchos están favorecidos. En este momento lo que más debe importarles y buscar, es ampararse en la amnistía que se ha ofrecido para pasar a una nueva etapa de la historia. Ese proceso será largo, doloroso y molesto, pero necesario. Los militares deben decir sí. 

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